Monday, June 27, 2011

El pacifista/MIRANDO DE ARRIBA


Es erróneo creer que el haber sufrido persecución, racismo, humillación y victimización provee halo de santidad. Una cosa no implica la otra. No todo es lo que parece. No porque en este momento escuche viejas y bellísimas canciones religiosas norteamericanas de los "Hijos de San Joaquín", concuerdo con ellos en perder mi tiempo en iglesias, a no ser que necesite guarecerme del sol o busque la soledad de lo oscuro y sombrío en los claustros de alguna catedral.

El Holocausto, que no fue solamente judío sino de gitanos, comunistas, socialistas, anarquistas, inválidos, bielorrusos, polacos, checos, enfermos mentales, orates, homosexuales, católicos, pacifistas, honestos, artistas, mujeres y niños, representa lo lejos que puede llegar la crueldad humana, la interpretación apresurada de filosofías creadas por la mente y el cuerpo de profetas débiles.

Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración y Premio Nobel de la Paz en 1986, ha creido que su sufrimiento hace de él un santo que debe enseñar a la humanidad las maneras y reglas de evitar que la historia se repita. Lastimosamente, no se puede hacer ya nada para remediar el dolor del señor Wiesel, pero su martirio no significa que de pronto y por la magia de haber sobrevivido a la carnicería nazi, se convierta en la opinión moral del nuevo siglo. Por el contrario, al sacar solicitadas en el New York Times, de páginas enteras, a un costo elevadísimo sin duda, y que pagará algún sionista -nazi y racista también- contra el "terrorismo" palestino, se aleja del, al menos supuesto, espíritu del galardón; claro que hay que recordar que el premio de la paz fue otorgado años antes al terrorista, genocida y prófugo Henry Kissinger, que no tuvo entonces la decencia de Le Duc Tho de declinar el favor.

Wiesel olvida de momento a los palestinos, que según Golda Meir "no existen". ¿Significa que Palestina no pasa de ser una bíblica abstracción o que debe eliminarse? Ahora, sufrido y triste por la abyección humana, se sienta al lado del presidente de Texas, George Bush, y clama por la muerte. Alega que Saddam es la reencarnación de Adolf y concede al vaquero el poder de Yaveh, y le autoriza el horror y el fuego que destruyeron Gomorra para la más moderna y quizá más inocente Bagdad. Sus argumentos son febles, sus objetivos claros: un espacio libre y único para Israel, partiendo de la presunción falsa de que es el pueblo "elegido" de un falso dios. Quizá pronto reciba el nuevo Premio Nobel de la Guerra.
16/3/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), marzo. 2003

Imagen: Fotografía de Silas Shabelewska/Peace #1 (From Homage to Robert Indiana Series), 2007

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