Jawlensky pertenece al arte expresionista alemán.
No resultará que conferencie ante un auditorio menos compacto que el viento. Esta costumbre de hablar solo me hace pensar que enloquezco. Tanto mejor si así puedo evitar los rostros de los intelectuales. Día a día aprecio más la sencillez y detesto la pedantería. ¡Qué calma mayor que la modestia!
Me desvío sin embargo del tema, aunque la protesta y el desgano bien pueden entenderse como una concesión al espíritu ruso, y, entre ellos, al de mi personaje acá, Alexej von Jawlensky, discípulo de Ilya Repin.
El mundo alemán de principios de siglo y entreguerras es de un subido tono azul, color al que se llega luego de diez noches de embriaguez explosiva, asesina, no de las noches de borrachera conversada y erudita; eso es para los exégetas de los frailes, no para los dioses.
En 1924, Jawlensky, Klee, Kandinsky y Feininger formarán Die Blauen Vier, los Cuatro Azules, grupo que subvertirá el arte.
Jawlensky tiene dos fuerzas: una, la libertad creativa; otra, la bestial sombra antropófaga de los eslavos. Subyacen en sus telas anónimos artistas populares rusos; el vigor le viene de allí, de la profundidad inconmensurable de la estepa y la taiga.
A partir de los treinta voy olvidando a Jawlensky. El deriva hacia el cubismo y yo quedo con mi brutal rostro expresionista. Levanto cualquier xilografía y la anudo al cuello en forma de corbata. Sé que voy a perderla porque llegaré arrastrándome a casa, pero no importa. Las botellas me aguardan más que los amigos y cuando me siento, todos nos tranquilizamos.
El bar nos domina. De entre el tumulto alguien me pregunta:
-¿Qué color
prefieres?
-Amo el azul,
desde Jawlensky…
octubre 85
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Publicado en
ACRACIA 2, Cochabamba, noviembre, 1985
Publicado en
Presencia Literaria (La Paz), 25/11/1989
Publicado en
Pueblo y Cultura (Opinión/Cochabamba), 17/08/1989
Imagen: Jawlensky/Cabeza en azul, 1912
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