Sunday, June 5, 2011

Volinia y Galitzia


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Isaak Babel


No recuerdo exactamente cuándo rozó mi piel la historia de estas regiones. Algún añoso cuento de duendes y osos soplaría en mis ojos vírgenes, sus sortilegios. Cayeron en el tiempo las hojas de los árboles, rasgando los acordes de violines invisibles. La música hundióse en el barro putrefacto de los otoños lituanos y el lúpulo en descomposición lloró la cerveza ahogada en marmitas de viejas brujas.

Noche poblada de bruma, de aullidos de lobo; los poetas te cantan subidos en negras piedras milenarias calzadas de musgo.

Tuve su voz de frontera en las páginas de Gogol y vestí armas ruidosas, e imaginé la sangre chorreando de una mítica espada con ritmo tranquilizador. Dicen que la tierra se ensombreció con las siluetas cosacas. Dicen de igual modo que el Volin desvió su curso para evitarlos, que el Bug tomó el color de una mortaja inmensa. Los insectos callaron y el sonido de los cascos de los caballos quedó guardado como ahorro en las cortezas vegetales.

Leyendo a Henryk Sienkiewicz percibí el rumor de la matanza. De mi silla contemplé la inmutable estepa, donde se cazan los hombres. El cielo enrojeció como tinta echada en sábana y las multitudes aterradas aguardaron al Anticristo. Volinia descansaba plácida en la candidez del trigo. La vida era como un trago de sopa, reconfortante. Luego la turba, la oscuridad tártaro-cosaca, detrás de las polacas de lindos senos. Cómo estaría Lublín aquella tarde en que el duque Jeremías reunió a las huestes. El día tembló temiendo que la venganza se ensañara con él, apañador de crímenes. La piedad quedó metida en los arcones de la catedral mientras las tropas marchaban ¡Ah, Galitzia! ¡Ah, Volinia! Sobre sus cuerpos pasó el sexo reptante de la humanidad ¡A qué embarazo atroz las sometieron! Los hombres se abrazaron en una fiesta sangrienta; los petrificados diques de cuerpos parecían querer retener el agua, para purgar la vida.

Las imágenes regresan y corren sobre mi mesa, ávidas como hormigas comedoras de pan.

Es el siglo XVII el que relato; siglo donde los bosques sin fin ni principio estaban poblados de seres fantásticos, donde los linderos del diablo se extendían como agua derramada. Siglo de monstruos, gigantes, hechiceras y reyezuelos, cubiertos con mantos de crueldad y hambre; lugar en que la muerte era más barata que una rebanada de pan; sitio fantasmagórico. Era mejor trepar a un pino y taparse los oídos para no escuchar gruñir a los hombres fiera que vigilaban lo denso y lo claro, lo absurdo y lo real; cubrir los ojos y no ver las humaredas blancas de espectros por la llanura.

Bogdán Mielnitzki entró en Volinia montado en caballo y pisando extensos caminos de barbas talmúdicas. Cuatro siglos de huesos recuerdan su nombre impronunciable.

Al abrir unas matas con la suavidad de un beso, encontré en Isaak Babel el rutilante Sbruch. Su lengua de pez y sus meandros eran hidromiel embriagador. Corría 1919; dioses de destrucción castañeteaban los dientes sobre todo. La guerra vino con luz de luna; los hombres rodaron como canicas en la sinuosidad terrestre. Los campos hedían. Cien mil hebreos degollados como borricos olvidaban la Torá entre miríadas de moscas y polvo de amapolas. El sol desafiaba las arboledas al mismo tiempo que se alzaban los sables del mundo nuevo para trozarlo.

La lobreguez de las habitaciones contrastaba con la fulminante luz encima de las mieses; los viejos judíos, agachados y taciturnos, oían la soberbia cosaca regocijarse en torno de las ollas. Observé -detrás de las gafas de Babel- la arboleda que ocultaba en su regazo húmedas rocas ¡Oh, iglesia de Novogrado, tus iconos miran fijo de tanto mirar callados! En medio de la rugosidad de la calle se alzaba un almacén de anticuario: pueblo perdido su interior; Asiria y Crimea en las figuras. Babel dirá: “¿Dickens, dónde estaba tu sombra aquella tarde?” Es la penumbra del genio en un atardecer cargado de niebla.

-“¿Qué busca el hebreo?”
-“Un poco de alegría”

La alegría de los hebreos duerme bajo el humus corrompido. La mirada de Israel Baal Sem Tob se ha cerrado y en Volinia ya no escucho las piadosas voces de los hasidim; el silencio es la muerte del rabino.

La luna rodó con su atavío áureo, bordeó los túmulos cosacos y se adentró en las casas, tras el ghetto de Zhitomir.

Mi tiempo fue desayuno y desayuno. Las letras bailaron, removieron presente y pasado; entonces, en el rescoldo de un anochecer, Isaac Bashevis Singer me susurró muy quedo que me hablaría de los judíos, desde Varsovia hasta Yampol. Con él miré aldehuelas dormidas en los bosques galitzianos; paradisíacos lugares en la Volinia, remojados por olvidados remansos. Conocí el brillo maléfico de los trasgos en sus habitaciones de entrepiso y la burla fatal que de los hombres hacen los demonios. Los misterios de la Cábala abrieron mundos de horripilantes figuras y mi juventud se agitó impresionada.

La tierra es un paisaje; los eruditos y los rabinos caminan bajo el peso de sus libracos: la ciencia es un espacio pequeño para el judío. Los niños marchan al cheder cantando en yiddish; hace más sol que nunca; la tarde está caliente como una premonición. Estamos en 1939.

Septiembre 85

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Publicado en ACRACIA 2, Cochabamba, noviembre, 1985
Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 05/06/2011

Imagen: Fortaleza de Zbaraj, en un grabado del siglo XVII

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