Saturday, June 25, 2011

Imagen/MIRANDO DE ARRIBA


Abro un catálogo de Columbia House, empresa que vende discos compactos, posters, memorabilia, calendarios de Kournikova y Schiffer, libros para enriquecerse, hacerse amar, el secreto de mandar. Hay ropa, shorts y gorras de beisbol. Mas, por primera vez, veo, bajo el título de Rebel, Rebel, como la canción de David Bowie, poleras con la imagen del Ché. Por fin la sociedad de consumo ha encontrado el modo de sacarle jugo a esa especie de veneración por su figura entre los latinoamericanos. Aunque pregunto a mis colegas, mejicanos en su mayoría, si se acuerdan del Ché y me contestan que al momento, el año que les menciono, ellos vendían pan, en burro de rabo corto, en canasta, por las sierras de Guerrero; sorry, man, but I do not recall. Y trato de hilvanar mis ideas y recordar desde cuando en Guerrero se habla inglés.

Durante los grandes bloqueos de carreteras en el país, Bolivia apareció en la televisión mundial repetidas veces; el New York Times publicó una hermosa foto -que he recortado- de un cocalero en Eterazama con un cartelón con la figura de Ernesto Guevara que rezaba: el Ché vive. Cuando en verdad Ché tenía sangre y carne y sus pasos, aunque quizá no muy sólidos, dejaban marca en el barro del oriente boliviano, no vivía; ya lo habían matado todos, soldados, citadinos y campesinos, y no digo lo habíamos porque entonces yo era muy niño y no tengo culpa alguna de la crucificción.

A lo que voy es a que se lo reanima demasiado en iconos inútiles. Lo despliegan los micros, al lado de Jesucristo y Condorito. Lo pintan como tatuaje en las piernas robustas de un escandaloso dibujo con vanidades de erótico. Lo subastan en t-shirts en Chicago o Phoenix, para carnales adormilados o insómnicos. Ché se ha vuelto objeto de cualquiera, igual al crucificado, y la humedad de su sangre, aparte de secarse según es lógico, ya no riega. No considero privativa de una casta privilegiada su imagen, pero no deseo tampoco que se pierda su magia. Compre una polera del rebelde por excelencia, a solamente 19.99 dólares y en tres colores diferentes; elija la que más combine con su pantalón y seduzca a hombre, mujer, hermafrodita y hermafrodito con el discurso de la libertad. Tengo veinte en el bolsillo: me alcanza. Pero en la orilla opuesta anuncian la caja de cervezas por el mismo precio y me decido por ella. Sentado en la penumbra que da el álamo, vaso en mano, escucho y muevo los pies con los sones de Ché que inventa Carlos Puebla sin comprar su recuerdo.
2/2/03

Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero, 2003

imagen: Foto mía desde la plaza central de Cienfuegos, Cuba, enero 2011

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