Sunday, March 13, 2011
El coleccionista
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Si alguien quiere leer una crítica-reseña sobre el "Diario de Moscú", de Walter Benjamin, nada mejor que acceder a ella en la prosa brillante de Christopher Domínguez Michael, crítico literario mexicano cuyos textos son, uno a uno, joyas del ensayo. Yo me limito a algunas apreciaciones no literarias y menos filosóficas sobre sus páginas (las de Benjamin).
Por el período entre diciembre de 1926 y fines de enero del 27, el autor judío-alemán visitó Moscú. La idea era su posible ingreso al Partido Comunista. El Moscú de entonces comenzaba a perfilar la imagen del georgiano, Stalin, como el hombre fuerte. A la muerte de Lenin, el 24, el interregno recayó entre sus viejos camaradas. Benjamin parece no percibir el ansioso aire de poder y dominio latente en la capital rusa. De rato en rato menciona a algún jerarca: quizá Bujarin, Trotski, Lunacharsky, Radek, el alemán, más ligado a su oficio de escritor y que ejerce de censor a tiempo de prepararse la novísima Enciclopedia Soviética, donde Walter Benjamin supuestamente colaboraría con un artículo sobre Goethe. Radek critica el excesivo uso del término "lucha de clases" en el original, en paradójico desdén por el asunto en el país que debiese ser el centro y centinela de tal combate, y obviando la imposibilidad de referirse a Goethe cronológicamente sin mencionarlo.
Sin embargo el partido -febril entre los intelectuales- se opaca en las páginas de Benjamin por su obsesión por Asia Lacis, actriz y directora de origen letón que vivía en Moscú como pareja del dramaturgo alemán Bernhard Reich. Benjamin la había conocido en Capri, 1924, y continuó devoto suyo hasta 1930, cuando vivió con ella por un par de meses en Berlín.
Se debate el filósofo en ingenuos temores e inútiles ansias respecto de esta mujer, cuyo retrato hablado, mirado de afuera y con la perspectiva de hoy, es el de una mujer neurótica, egoísta, caprichosa, depresiva y suma mayor aún de adjetivos que la hacen francamente insoportable. Juega Asia Lacis con el amor ¿deseo inconexo? no sólo de Benjamin sino de Reich. En repetidas ocasiones los dos pretendientes terminan la noche compartiendo altas preocupaciones filosóficas y una común almohada, desheredados del cuerpo y gracia de la aludida. No es importante para mí, así sea la razón del texto, esta persecusión amorosa, al parecer no concretada; ni tampoco las pedigüeñas demandas y serviles favores que ambos individuos dispensan a la señora Lacis. No importan la desazón impotente de Benjamin, ni el cornudo Bernhard Reich...
El libro refiere una obsesión más rica: la de Walter Benjamin por los juguetes, y, en realidad, por todos los objetos de arte. Es minucioso en la descripción de lo que obtiene o lo que busca. Se preocupa por representaciones populares en diversos medios como madera o barro y las liga a alguna época histórica con puntillismo de etnógrafo. Pocos serían en el Moscú de la época, que apuntaba a la transformación de la humanidad y ambiciones semejantes, que se preocuparan por el origen e incluso la existencia de juguetes venidos de las isbas de Ucrania. A la par de admirar los iconos de las iglesias ortodoxas, de mencionar a Rublev o las riquezas de las colecciones aún intactas, adora la modesta magnificencia de las creaciones del pueblo y las compra, las acumula y se deshace en gusto por ellas. Deambula por el Moscú revolucionario buscando carritos, pajarillos, casas, miniaturizados en juguetes, pintados a mano, con la historia del proceso generativo de su construcción. Radek y Goethe pasan a segundo plano; el teatro nuevo de Meyerhold, o la presencia de alguna intelectualidad mayormente judía, son detalles atractivos y le dan la pauta de los acontecimientos sociales en lo referente al arte, pero es él mismo cuando con actitud de buhonero y sapiencia de iluminado consigue los bienes que tanto aspiró.
A la larga, seamos concretos, la importancia de un caballito de madera ucraniano guarda más humanidad y pervive con más solidez que cualquier partido comunista o cualquiera fuere.
08/03/08
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), marzo 2008
Imagen: Anotaciones de Walter Benjamin en una agenda
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La materia cincelada permanece más tiempo que las ideas recalentadas. Walter Benjamin es una caja de sorpresas.
ReplyDeleteExcelente texto. Un abrazo, querido amigo.
La Rusia que visitó Benjamin era uno de los caldos culturales más ricos del siglo XX. Pero apenas nombra a Meyerhold, el director de teatro, y quizá a algún otro. No creo que desdeñara lo que estaba pasando allí; quizá lo desconocía. Además están sus obsesiones, la femenina y la del arte popular en los juguetes, esencia este último de la cultura. Abrazos, querido Jorge.
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