Sunday, March 27, 2011
El cuaderno boliviano de Miguel Sánchez-Ostiz
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
"En Bolivia casi todo invitaba a ser o mostrarse apocalíptico, aquí se impone la reminiscencia, el ejercicio de la nostalgia, su lírica, y sobre todo una desmemoria que suele ser contagiosa". Lo escribía en Cuaderno boliviano Miguel Sánchez-Ostiz, en Valparaíso, recién salido de Bolivia, de retorno a su enclave de Elizondo, supongo, en la Navarra.
Apocalíptico implica participación del fin, y Bolivia es una sociedad que de tan antigua es nueva, que acarrea desmanes y dolores de antaño y que vibra en la música, en el baile, en el trago, la rebelión, cuando las sangres encontradas chocan entre sí y explotan, que nace y muere al mismo tiempo, como lo hacen los pueblos indios, y como hacía la España a la que nos acostumbramos desde siempre y que tal vez ahora que subió de mundos ya no existe. Apocalíptico implica mirar al abismo, siendo que éste, en caso nuestro, no pasa de ser un foso profundo de donde saldremos, con los huesos rotos pero saldremos. En Bolivia, y no lo tomo de Galeano sino de mi carne, jamás triunfó España. Quizá no le interesaba ganar. Y no hubiese podido. Hay lugares en que los quinientos años no duraron un segundo, Dios por allí no pasó (parafraseando al gran Atahuallpa Yupanqui), y menos España.
Sin embargo no deseo perorar acerca de las desavenencias internas de un mestizo como soy, y menos de las contradicciones de mi gente, que las tengo, y entiendo, aunque juegue a ratos a no comprenderlas (codiciada ansia de materialismo y razón). Voy a hablar de las páginas de un libro valioso, que tiene además la modestia de no querer convertirse en cátedra, de saber que todo tiempo es poco para conocer al Otro y que a pesar de ello penetra sutilmente en aspectos íntimos del ser boliviano.
En Sánchez-Ostiz no hallamos al viajero que describe hasta el detalle la visita, que entrevista o se encierra a estudiar el por qué de las características y las circunstancias. Casi diríamos que la pasa sentado, observando, haciendo apreciaciones o preguntándose los peros de su relación con este entorno indio, desde su sitial español, mientras se da cuenta de cuán diferente se siente, y quisiera serlo, a la miríada de paisanos que pululan por América con los designios más ambiguos, escabrosos, paternalistas, místicos, penantes, hasta sentirse quizá próximo al nativo y ajeno al navarro, al peninsular, o como desee catalogarse en su también complicado pasaporte.
Aprende. Así de simple. Comprende si puede, y guarda, para en silencio traspasar al papel las impresiones del que viaja solo, al que atormentan nostalgias y recuerdos, abruman las fiebres cuando pululan los demonios, los propios de antes, sumados a las máscaras del Ande vertiginosas en la banda que machaca sin cesar, por días, el estruendo de la alegría como saben festejarla los pobres. En ese vértigo se asume hombre, en las diferencias consigo en una tierra que poco o nada tiene que ver con la suya, donde la muerte viene con cirio encendido y donde pasar o no pasar algo habita las fronteras del azar, fuera de cualquier lógica.
Y eso que Miguel no entró en los meandros del alcohol, donde la Bolivia de los monstruosos diablos, aterradores morenos, tíos supay revive desde los arcanos y se corporiza en universos sombríos que caminaron sus mejores autores: Sáenz y Viscarra entre ellos, con una maldición distinta y desligada a la europea, con nexos profundos como heridas con la indianidad y el mestizaje, angustias del desarraigo, odios, las miserias del humano que aguantó el embate de la historia, que dobló el lomo y que supo sobrevivir agachado, mientras esa abyección lo iba creando diferente a como fue, convirtiéndolo en otro, escondiendo al que sale en la fiesta, cuando la chicha, cerveza, singani, alcohol metílico entran a donde no llega el verbo y desenroscan los misterios del pasado, remueven las tumbas y rechinan las corazas invasoras como en un mal sueño. Entonces Bolivia recuerda y baila, y pelea hasta donde alcanza la fuerza… después llora.
Una cosa le es clara, porque visita el país en el tiempo convulso del cambio, el real y/o el supuesto, donde el que fuera siervo de pronto aferra los bastones del poder, con toda la confusión que suele ello traer. Se place ante la idea de posibles mejoras que la coyuntura apaña, con la validez de cuestionar acerca del presente como del futuro. Extrañamiento, encantamiento, sin motivo para el desencanto. Curioso ante un pueblo en exceso fraterno y con quien en principio es tan difícil hablar. Bolivianos que cuelgan muñecos en los postes de luz para amedrentar a ladrones a quienes no amedrenta morir. Ni la horca ni el fuego son peores que el hambre. País en que en muchas partes hay que fijarse dónde se camina, porque un traspié puede ser definitivo, y donde el castigo del crimen se soluciona entre gallos y medianoche con buena rociada de trago, donde los cánones occidentales de justicia, hidalguía, comportamiento, expectativa no caben, más bien no existen, y donde, otra vez, tampoco los cánones indígenas o mestizos sino el golpe de dados de la suerte.
Enlaza a los escritores que conoce a sus experiencias. Se acompaña de ellos, los vivos y los muertos, en el deambular por una Bolivia que dice amar, que ama realmente, la que no lo ha impactado, la que le ha echado los hechizos que se tejen en la sombra del Mururata, ese señor sin sombrero de las cumbres, o algún cocani adormilado que viéndolo pasar tal vez creyera que fuese Almagro (el Viejo), vuelto de sus conquistas a por otras, embelesado como seguro estuvo por un mundo que era otro, que no era, ni es, de este mundo.
Miguel se queja de que en unos meses no se logra entender la complejidad de un lugar como Bolivia. Para su descargo le digo que mi madre argentina, cincuenta años después de vivir en Cochabamba, afirmaba desconocerla, que a ratos no sabía si despertaba con Joaquín, mi padre, o con un andino Raskolnikov.
14/marzo/2011
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Publicado en Ideas (Página Siete/La Paz), 27/marzo/2011
Publicado en Semanario Uno 402 (Santa Cruz), 31/marzo/2011
Imagen: Miguel Sánchez-Ostiz con su Cuaderno boliviano
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