Saturday, March 5, 2011
Ligia lejos
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
No entiendo el portugués de Cabo Verde, dices. Y sigo, insisto, qué quiere decir esto. Estoy alegre. Te invité a un almuerzo ficticio. Y lo aceptas. De pronto bailas conmigo, aunque ayer pasabas rápida, camino de dónde, ya no importa.
Limpiaba esta noche los resquicios negros del tiempo, en las esquinas de casa. Es marzo, cumpleaños de Emily, el séptimo; y ella y Aly duermen ya. Saco la mugre de las sombras con tenedor, a falta de un estilete largo. Pero canta Cesarea Evora, la misma que bailábamos cuando por fin me miraste. Entonces dejo tenedor, jabón y trapos. Sacudo un poco mis rodillas de andar agachado y me siento a hablar contigo desde lejos, mirando caer las tardías nieves de marzo. Y duermen las niñas, te lo repito, y quisiera estar juntos ahora mismo, escribiéndote una carta para explicarte que te amo, que un año y medio que en realidad, entre nosotros, son cuatro meses de cuerpo y catorce de ausencia, ha pasado. Pero no quiero que pase más sino que se quede como se quedan estas canciones de Cesarea, para siempre, a mano.
Siempre me gustó el portugués. Tengo un afiche de algún museo de Nueva York que anuncia el homenaje al idioma. Fernando Pessoa, Cesareo Verde, Jorge Amado y su esposa; Nazaré Pereira, Chico Buarque, los barrios de San Pablo donde compré ¿te acuerdas, Claudio? discos: Queen, Neil Young, una pelota de fútbol de salón, poleras para hacer deporte, un barco imaginario que nunca varó en Santos y no pudo llevarme a desembarcar en Génova e iniciar mi viaje hacia París y a mi destino final, en los bosques de Würtemberg, donde supuestamente me esperaba Antje.
Santos, el mar negro y los cafés miserables donde comí emparedados de jamón, lo cual era un lujo para mi juventud y mi pobreza. Llevaba una bolsa verde, larga y militar, que me sirvió de almohada en la Rodoviaria, no para dormir sino para vigilar lo poco mío en la paranoia que me habían descrito. Y escuchaba el dulce idioma, portugués, y me gustaba la aventura de tener veinte años sin saber qué hacer. Repentinas y siniestras lluvias de la ciudad de San Pablo; los policías montados que parecían elegantes.
Si hubiera sabido entonces, Ligia amor, que caminabas la misma ciudad que mis pies, no hubiera perdido el tiempo ensoñándome, me habría ido a tu casa y te habría robado hasta mi pieza de hotel, frente a la Estaçao da Luz.
Han regresado las nieves. Te esperé durante el largo invierno. Había puesto flores de cubrecama para tu llegada. En octubre, mientras secaba mis ropas luego del trabajo, acomodaba cuadros en las paredes; en noviembre, cuando iríamos a Los Angeles, para presentarte a mis amigos...
Los Angeles se esfumaron en tres noches con jarras de cerveza y arte, con un poquito, un mínimo de tu voz la noche del veintisiete. Diciembre me acomodé a leer: Octavio Paz y Kenzaburo Oé, George Orwell y Alejandro Jodorowski. Enero fueron tangos, cumbias, sones y movía los pies estando sentado... hasta ahora, aguardando tu día de "voltar".
Recuerdo tu café, la mesa de la esquina, al lado del mostrador, donde estabas siempre, y leías a un muchacho boliviano cuando te dije que mejor te sentirías a mi lado que leyendo a un niño; y desde entonces no nos hemos separado si es que acaso se puede llamar unión a estos cuatrocientos veinte días sin ti.
Ligia de cabellos negros, caminas por la calle Ecuador, conmigo, a la izquierda, a la derecha, por la calle Venezuela. Entre la casa donde viví con Francine y la otra te pido un beso, y me lo das chiquito. Torcemos por la 16 de julio, cruzamos la plaza Constitución y frente al pasaje de los judíos me dejas otro beso, chiquito, y la promesa de una llamada que tardará cinco días más en cumplirse, porque a partir de allí no te veo, aunque solícito y tuerto te llevo una grabación de Brassens, otra de Atahuallpa Yupanqui, "Bella Ciao", y sigues sin aparecer mientras hablo con Miriam y Cristina, tus amigas, y trato de aparentar una calma que no tengo.
marzo de 1998, en K-24, East Archer Place
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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Sucre), mayo 2008
Imagen: Fotografía de Jan Saudek/Hungry for your touch, 1971
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