Thursday, March 10, 2011

Encuentro de dos mundos


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Así se vendió al público el Quinto Centenario de Europa en América. Un "encuentro" por demás sangriento que si bien trajo cosas destruyó muchas más. De nada vale quejarse ahora; hay que aceptar el forzado mestizaje y trabajar con las ventajas que presupone: el de la bi o multiculturalidad que nos dota de posibilidades mayores y la hibridación de mejor fortaleza física. Sin embargo cabe el término cada vez que vuelvo al país. No en el sentido de haber olvidado o que se hubiesen desvanecido los rastros de uno en detrimento del otro. En el del constante asombro así como de una más aguda percepción mientras avanza el tiempo.


Noto exacerbados los ánimos en busca de un retorno a la indianidad. Desconfío en ese sentido de los intelectuales cuyas sombras se mueven más al arbitrio del viento que del sol. Nada dice para mí que un niño bien se disfrace de comunario. Porque también los actores se disfrazan en el teatro y al quitarse los atuendos quedan quienes eran, con sus desdichas de hombres y sus desavenencias de clase. Y ahí hay un riesgo profundo, un profundo riesgo si hemos de adjetivar jugando, donde los victimarios, aquellos que siempre detentaron el poder, sugieren a las víctimas que la historia ha cambiado tanto que llegó la hora de la antesala del cielo y que sólo queda aguardar con paciencia la aparición del arcoiris. Discurso tan peligroso como el de los fundamentalistas con promesas paradisíacas que jamás se cumplirán, y donde los mártires no se inmolan por una causa social sino por el supuesto premio que reciben, en el dudoso más allá, de manos de aún más dudosas divinidades y profetas.


Se habla del Tahuantinsuyo, de los reinos aymaras en retórica banal sin precisión de fundamentos. La indianidad de Bolivia es de mayor complejidad que simples estudios sociológicos y es antiindígena proponer falacias aprovechándose de la ingenuidad. No podemos separar el indio del mestizo y del escaso blanco que habita el territorio. A no ser que recurramos a idioteras fascistas de pureza de raza y etcéteras. El mascar coca o q'oar en primer viernes tampoco son garantías de popularidad y son rituales que se asocian con nexos poderosos a las tradiciones religiosas hispánicas. Q'oar no es asunto diferente al de agitar incienso como se acostumbra en la fe católica. No hay vuelta que darle, es inútil intentar separar lo que se ha ligado indisolublemente por centurias. De hacerlo deberíamos comenzar con el exterminio de todas las imágenes religiosas, las vírgenes que pululan por la Bolivia rural e reinventar Pariacacas. Difícil. Imposible.


Asistí a festejos del señor de Bombori en este último viaje. Admirable sincretismo este que junta chicha con whisky sospechoso, alcohol de quemar y ron barato, coca con Coca Cola y bailes tradicionales al ritmo de bajo eléctrico. El altar del dicho señor, que creo no es otro que Santiago apóstol, aunque todos son barbados y blancos y no se asemejan en nada al impertérrito y lampiño hombre andino, albergaba al menos veinte imágenes, cada una representando un año de adoración. Veinte señores de Bombori que jamás envejecen, suerte de Dorian Gray vecinales, de vampiros impolutos preservados en el frío del Ande. Me pregunto donde queda en este misterio la indianidad. Llegado el momento del baile el pasante de turno invita al futuro a bailar. En un predispuesto intervalo pasa la carga (la bendición) de haber festejado a Santiago al siguiente. El traspaso de responsabilidad está representado por un awayo que carga el primero y que cede al segundo, desligándose por ahora del trabajo. Pienso, ya que estudio el arte textil, que se ha perdido toda noción de lo que representa un tejido en el mundo andino, de la existencia de piezas únicas ceremoniales que debiesen ser empleadas en celebraciones semejantes. El awayo que un pasante cede al otro, en el señor de Bombori, la virgen del Carmen, señor de Machaca, o la Bella, no es más que una inmunda pieza fosforecente, imitativa de la tradición textil nativa, que fabrican los coreanos en calurosas habitaciones al sur de Pucara, con mano de obra indigenal, mal pagada y mal tratada. ¿A qué apostamos entonces si desconocemos los rudimentos básicos 
de una tradición que tanto se mezcló? Se llega a un punto, inadmisible en ortodoxia pero aceptado como expresión de folklore, donde los lineamientos de una cultura y otra, de una angustiosa globalidad para ser ciertos, son difusos. La sugerencia estaría en aceptar el eclecticismo histórico y preservar, no con ánimo religioso sino cultural, lo que se puede rescatar. Miren si no ese magnífico baile de los tobas que hoy en carnaval, o en Urkupiña y adyacentes, es nada más que un baile de máscaras y de culos bien aireados a la intemperie dada la cortedad de las faldas.

Hubo un encuentro, violento sí, de dos mundos (por sintetizar). España entró a sangre y fuego en América, cuando América también era un constante baño de sangre entre las etnias locales. No hay que desvirtuar la historia y no se debe pensar en términos excluyentes. No somos ni uno ni otro y si bien hay una gran población indígena, que se podría decir "pura", está tan

plagada de hispanismos y tan globalizada como cualquier grupo humano. Tal vez en la jungla de Nueva Guinea se preserve la originalidad. Aunque veo que un jefe de los excaníbales del Pacífico calza unos ajados Nikes rojos.

En la solitud del monte sagrado, el Sajama imponente, las cajas de cerveza vacías se apilan a lo largo del camino. La modernidad ha llegado a ese rincón con etiqueta de "Paceña" y no hay manera de evitar que esa imagen de botellas marrones se esfume y deje en la hoya altiplánica sólo las hordas de llamas que pastan ajenas a los ciclos cronológicos.


Retorno a los Estados Unidos y también aquí, en una sociedad supuestamente anglosajona, la música que tocan al frente es de zapotecos de Oaxaca y me peleo en la calle, en español y a puño, al mejor estilo Quillacollo, con un peludo e infeliz enano que afirma venir de El Salvador.

14/09/06

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), septiembre 2006

Imagen: Festejo del Señor de Bombori, Santiago apóstol, en Barrio Villa Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra

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