Friday, March 18, 2011
Los amigos/ECLÉCTICA
Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Dos textos en quince años no es demasiado. Una vez por década para evitar que sus rostros se vuelvan borrasca. Escribir sobre los amigos, los de acá y los de allá, o viceversa, un golpe de dados.
Conducía hace un momento, con una temperatura de veintiocho Fahrenheit. Cuando comienza a caer nieve tenue -y si hay viento- al ras del pavimento se dibujan arabescos blancos, como vapores o serpientes efímeras. Las luces de la ciudad no brillan; el contraste entre el negro alquitrán y las volutas de hielo que arrea el aire resaltan más en la penumbra. El zigzag de las formas sube por las veredas, se mete debajo del carro, a ratos se eleva e inventa fumarolas con auspicio de fantasma. Hermoso.
Conducía, y en el tocadiscos "Time", de Pink Floyd. Y me entra gran nostalgia porque vi a mi querido Julio, joven como era entonces, vaso en mano igual a los antiguos vaqueros pistola en mano. Sonreía y hacía gestos que uno conoce ya de memoria por tanto haberlos visto. "Time" de Pink Floyd en el tocadiscos también. Bolivia, los lodosos pisos de alguna chichería al sur y la paradoja de Inglaterra sonando en sintetizador y saxo bajo la sombra del cerro San Miguel, con lontananza de basura y perros vagabundos que disputan la hojarasca de un repollo, tal vez los dedos de un cadáver. Pink Floyd cuando amanecía en las botellas consumidas de singani adulterado, con los zapatos negros de los desechos de carbón que un amorfo movimiento de gente reúne para la mañana. Amanece en Cochabamba, con escarcha. El Cristo de la Coronilla, ídolo solitario sobre costillas muertas de mujeres, extiende los brazos por encima de los vapores de api y buñuelos hinchados en los umbrales de la estación.
Las vías están vacías de trenes. Temprano salían hacia el valle. Allí, montados en incómodos asientos, ebrios de alcohol, camino a buscar el sol primero y la protección de los eucaliptos después, cuando todavía se podía uno recostar en la arena y dormitar en el mediodía de Tarata. Descansada el alma, urgido el cuerpo, los brazos en rústicas mesas, lustrosas de sudores ajenos y vasos derramados. Regresar -siempre había amigos del interior con cuartos solos- a Cochabamba que ansiaba dormir pero que se desvelaba con nosotros, de nuevo y repetidas veces, Julio y yo, y Raúl y Chino, y Elmer y Hans, y Pink Floyd y Sui Generis y Led Zeppelin. Hendrix y cuecas y huayños que dicen son músicas tristes y nos daban alegrísimas noches.
No es que uno vaya convirtiéndose en un viejo de mierda como solíamos referirnos a los otros. Pero de pronto ya no están. A esta altura varios han muerto y su única permanencia vive en los labios de quienes anduvieron al lado. En el primer piso de la casa suenan choros brasileños, bastante para entristecer si no alcanzaran los recuerdos. Fallecidos, idos, desaparecidos, toda una rimazón sentimental que nos ubica en un momento de la vida en que ya pensamos en el fin. Las habladurías de jóvenes, de suicidios y malos amores se opaca ante lo concreto de envejecer, de sentir los dientes aflojarse, de no ver a Julio, Chino, Elmer y Raúl dibujarse en el crepúsculo de sus casas, la mano agitada en un nos vemos luego.
Cuando retorno y camino José Quintín Mendoza arriba, giro a la izquierda hacia el parque Franz Tamayo, donde un busto aterido contempla la desazón del desastre. Vuelvo por la avenida América y en una casa de esquina contemplo la ventana por donde asomaba Ricardo -murió seis meses atrás- e invitaba a subir. En un tres en uno que era lo último en tecnología, en aquel dormitorio, poníamos el disco de Crosby, Stills, Nash & Young que mi madre trajo de Alabama. No sabíamos qué habríamos de estudiar. Despertábamos inciertos en una Bolivia que jamás cambió.
Llego a América y Libertador Bolívar. Si miro a un lado voy caminando a la primaria con Juan Carlos Aponte. Al otro veo a Adolfo Malpartida y su inapropiada mochila; juntos nos vamos, al alba, de excursión al Chapare, a los memorables almuerzos de amistad donde en una marraqueta esparcíamos con el único cortaplumas de todos la carne marrón clara de un atún peruano.
15/02/06
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Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), febrero, 2006
Imagen: Walter Bosse/Lesende Chinesen, Kufstein, 1924-1937
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Los traemos acá, los interponemos en la mirada, sólo para que vean lo mismo que nosotros, o para que nos acompañen, o porque es inevitable, porque siempre están deambulando en la memoria, y el sol se sigue poniendo.
ReplyDeleteExcelente y emotivo, amigo Claudio.
Gracias, amigo Jorge. Lo rescaté para enviárselo a las sobrinas de un amigo muy querido, Chino, que murió hace poco y cuyo cumpleaños se acerca. Listas de las que los nombres van borrándose de a poco, indefectiblemente.
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