Monday, July 19, 2010

Escribir poemas


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Tanta es la controversia sobre si el poeta se crea, se inventa o nace, o se educa. Y ahí están los versos de Evtushenko, tenaces como puñales, delicados como margaritas; letras que hacen de la discusión insulsa, estéril. Desde su celda en manicomio, igual a tantas monjas desde su claustro de convento, Leopoldo María Panero deshace el poema, lo acribilla, lo llena de penes y sangre y así es bella su palabra.

Hay silencios muy largos, silencios grandes como treinta años, espacio de una docena de mujeres, algunas amadas, otras deseadas, todas muertas. Cómo justificar, explicar siquiera, que luego de tal ausencia, alguien se ponga a escribir fervorosas líneas de amor. De pronto ha retornado la inspiración, o acaso regresa el dolor.

Tu sexo abierto como las almejas
cuando se las cuece en vino

La cita no es textual, mas la idea queda. Quizá el contexto nos avisaría si una línea feliz como esa oculta espanto, desesperación. Bataille habla del escondrijo sagrado de Eva como de un libro asesino: allí leo el libro que me mata.

La significación del dolor ligada a la del placer, a la muerte, a la resurrección también porque la vagina intensa que describe Bataille o el otro poeta, o César Vallejo o Apollinaire, es fuente de vida a la vez que cementerio de ilusión.

Discutir si la prosa es más completa que la poesía, o si en un poema se resume la obra del hombre no tiene razón de ser. Perets Markish no es menor que Ehrenburg. La fama aquí no cuenta. Se ha olvidado a Markish, se lo desconoce, pero pervive, basta buscarlo. Clarice Lispector, novelista, tiene hermosos poemas cuya esencia pasaría desapercibida en un espacio mayor. Cortázar es triste y eterno en sus líneas a Chris, lejana y hermosa, perdida en el juego de otros senos, bajo la magia de Lesbos mientras el poeta se destruye y recuerda.

De pronto la cama es un racimo de vides
Treinta y seis rosas rojas
Robadas del cementerio

Escribir poemas, volver a escribirlos. Nacer y renacer, Morir y morir, morir dos veces, love me two times, babe, acuña su voz desde la sombra Jim Morrison. Amame dos veces, diez, mil, escríbeme tu nombre, tus cartas, tus líneas. Escribir poemas es la alegría del brote primaveral, la lágrima del desengaño. Nadie se olvida de escribirlos, cada uno es poeta, y la crítica pública en realidad poco importa. Es un derecho.

Como el viento
cuando lo intento entre mis dedos
te me vas

Lejos

Aunque te sigo
corres intangible
Vuelves en nube negra
en lágrima quizá
en tornado en remolino

Un elefante azul camina
el horizonte
y maniquíes de fuego
Se apaga el viento
Ya no estás
las letras ruedan como carromatos
los hombres duermen
de cabeza

Se nubla el este
En la lluvia
que predicen
vuelves

Qué impulsa a escribir poesía. Hablamos ya del dolor, del amor, del deseo, soledad y esperanza, temas que sin duda agitan el sentimiento a la vez que el intelecto. Razones muchas para retomar la pluma y escribir hacia abajo, profundizar en lugar de alargar haciendo figurativa la diferencia, si existe. Por qué razón el camarada Mao, que tan bueno no era, versifica. Por la misma que el gran Ho Chi Minh, camarada, poeta, camarada poeta Ho Chi Minh, lo hace. Por qué no lo haría un escritor, lirio delicado de la mañana, una escritora, loto plácido y acogedor del pantano.

Si se escribe después de veinte años es porque tal vez detrás hay una historia como la de Blanca Nieves, una Bella Durmiente que espera que el silencio se quiebre, que las rocas tomen color y hablen, que las piedras rían y amen. Un cuento de niños, uno de hadas, algo que tiene que ver con magia y resurreción, con el río último por el que conduce el barquero, con Plutón, dios de los infiernos y el Dante, su poeta favorito.

Abre la ventana
y deja que la gelidez del invierno
pinte tus labios de escarcha

Escribir poemas, volver a escribirlos. Pasternak talla poemas fugaces, aromas de ventisquero y niebla, de Moscú y mujeres ensoñadas, de los alerces y los abetos que lo acercan a Esenin, poeta amante del abedul, amante de Isadora Duncan, del suicidio y el supremo poema, el de la muerte, con sangre, igual que Nerval, como Jules Pascin, o José Agustín Goytisolo lanzándose al vacío, a los brazos del aire, al verso inaprehensible que pasa por la ventana.

Busco en la mortaja inmensa
algún rastro de vida
Allí estás tú

Sólo escribirlos, aunque nadie los lea. Arrojarlos después, desde el modesto puente del Rocha, a las aguas turbias de basura, al Sena y al Oise que se juntan en algún rincón de la Isla de Francia y arrastran en sus aguas calmas los poemas que jamás se enviaron pero que, ya escritos, pertenecen al alivio; están, aunque propios, con vida particular, son homúnculos a veces de la pasión, a veces de la miseria.

No hay camas ni palabras
Sólo los dos
Y tal vez un beso.

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Publicado en Puño y Letra (Correo del Sur/Chuquisaca), mayo del 2007
Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), 2007
Publicado en Brújula (El Deber/Santa Cruz de la Sierra), 2007
Publicado en Lecturas (Los Tiempos/Cochabamba), 2007
Publicado en Revista Contratiempo (Chicago), 2011

Imagen: Fernand Léger/Les danseuses, 1954

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