Claudio
Ferrufino-Coqueugniot
a Ligia
Me cuentas, desde tu balcón cochabambino, del Istambul de Pamuk. Recuerdo dos décadas atrás, cuando uno de mis sueños era vagar por los escondidos fumaderos de opio de la ciudad, del otro lado, del asiático, entre las piedras de una ciudad que no se sabe si es Bizancio, Constantinopla o Estambul, casi como un paso por los entreveros de la imaginación, donde lo real se cruza con lo fantástico. Mundo de textos antiguos y antiguo dolor.
Brilla Istambul como la lejana estrella polar entre los literatos balcánicos. Aunque no sea el tema central, su presencia late vívida en Panaït Istrati como en Ivo Andric, en Ismail Kadaré y en Sienkiewicz.
Por allí pasaron las negras naves de los aqueos a cultivar el Quersoneso. De allí viene el nombre de Kherson, la vieja ciudad ucraniana, porque entre eruditos sitúan esta región de la Grecia mitológica ya fuera en Crimea o en alguna de las otras costas de Ucrania en el Mar Negro. Y si hemos de creer al poeta ciego, Homero, los griegos que asolaban Troya se alimentaban con los productos cosechados allí.
Esas ríspidas
salientes del Bósforo, que anidan la urbe de la que me hablas, ya eran entonces
puntos estratégicos, divisorios entre el este y oeste; más que divisorios
unificadores -si nos adherimos a Orhan Pamuk- donde a un lado se encontraban
Persia, la India y la China, y al otro la Hélade de pueblos gloriosos, cultos y
guerreros.
Los destinos de buena parte de Europa oriental se jugaron allí. Los sultanes dirimían en sus serrallos las futuras conquistas, que en tiempos de Solimán el Magnífico semejaron interminables. No contaron los amos turcos de entonces con la férrea voluntad de los pueblos sojuzgados, los mismos que hoy se asesinan entre ellos en absurdas guerras étnico-religiosas. Kadaré inmortalizó la saga de Skanderbeg, en Albania, como lo hizo Andric con los linderos de Serbia y Bosnia-Herzegovina. Y sabido es, gracias a un escritor gótico que se llamó Bram Stoker, que el personaje Drácula, Vlad, príncipe de Valaquia, fue una suerte de héroe contra los otomanos, hasta que su cabeza, deforme en su descomposición, se hizo polvo sola, clavada en una de las puertas de Istambul.
La rembétika es una música del bajo mundo griego. Lo curioso es que su composición y buena parte de su producción más insigne se origina en la ciudad turca. La rembétika habla de crimen, de amor pasional, de abandono y cuchillo. Se asemeja al blues, al fado y al rap original en su concepción. Nace en Istambul y sintetiza el nexo entre dos mundos distintos. Es, a su modo, un arte pacificador.
Lee a Pamuk, que en sus letras aún queda el misterio de aquellas calles sin nombre.
18/12/06
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Publicado en
Opinión (Cochabamba), diciembre 2006
Imagen: Crepúsculo en el Bósforo
Pamuk me transportó a ese mundo mágico que tan bien describes....un deseo antes de partir con destino final, es recorrer esas calles, mezquitas, castillos, mercados....por lo pronto lo hago muchas veces por libros
ReplyDeleteMi abuelo Víctor Rojas, conocido como "el maestro" reunía alrededor suyo, cada tarde en el Club, a un grupo de escuchantes de sus calmadas descripciones histórico-geográficas-literarias; uno de ellos le pregunta : "Maestro, Usted ha debido viajar mucho...?, respondió el abuelo: "Por los libros todos los días".
Tenía en su casa de la Perú y lanza, una maravillosa biblioteca, en la que se encerraba por horas.
Esta anécdota se la escuché al tío Negro Ferrufino.
Qué buen recuerdo, Fernando. Sucedía con mi padre que, al escucharlo, parecía haber dado la vuelta al mundo. barcos, aviones, trenes y mulas estaban en los recovecos de su biblioteca (donde me nutrí). Del tío Negro ni hablar, viajado y leído hasta el extremo.
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