Monday, July 12, 2010

Lluviosa Cochabamba/MIRANDO DE ARRIBA


para Ligia

Ocho años atrás vine a Cochabamba en febrero, luego de larga ausencia. Posteriormente sólo aparecí durante el invierno, cuando desde el avión la ciudad semejaba una aldea del Mar Muerto, toda cubierta de polvo mas sin traza alguna de rasgos bíblicos. Aquel febrero vine en busca de una mujer y la traje conmigo, encerrada en un anillo dorado con perfiles mágicos. No es hoy el caso, las dotes del hechicero se han extinguido, o la tecnología es tal que el nigromante se quedó como un obsoleto recuerdo del pasado, igual a las mentiras de Von Daniken.

El caso, sin embargo, no es la pena del brujo perdido en un universo desconocido y nuevo, sino la lluvia. Llovía entonces en Cochabamba; llueve hoy. Y los campos se han puesto verdes como si fuera una infancia. Aún perduran las sendas que de niños recorríamos con mi hermano, las acequias memorables con sus dosis de misterio a un paso de lo urbano. Las montañas inamovibles, la placidez de la fuerza, y las nubes que las decoran con vistosas faldas blancas para el danzante carnaval.
Cochabamba con lluvia es otra, es la ciudad de la memoria. De entre medio del muladar que el comercio y el progreso traen, escapan en la humedad vapores de las azules hojas del eucalipto, brillan las pepitas ajadas de los molles macho, las torrenteras bajan no tenebrosas como fueron pero todavía bajan.

Un viaje en carro por la campiña del norte trae remembranzas. Quedan los altares en las encrucijadas de los caminos vecinales, con cruces o pobres Cristos que ya deben estar podridos de cansancio: imagínense que hace cuarenta años eran los mismos, y que cuarenta años de polvo y de llanto con plegaria los han hecho ateos, ajenos al dolor de los feligreses, cabreados de tanta mentira.

Las torres de las iglesias continúan en lontananza, escondidas entre los morros de los escasos árboles que sobreviven. Continúa amarilla la pampa de Pandoja e incólumes los estanques de Apote. Y llueve, llueve en Cochabamba.

Parto hacia más lluvia, hacia un Beni anhelado e irresuelto como espacio imaginario en mí. Habré de ver el Mamoré y quizá, con suerte, navegue por él en el estómago de multitud de pirañas, convertido en eternidad. Es el sueño de un poeta, de uno naturalista al menos.

Camino por las calles. Hay ensueño en los ladrillos, baldosas, baldoquines, mosaicos que conforman el piso de una ciudad. Camino solo porque la mujer que vine a buscar este febrero no es la misma de aquel otro. Y el anillo, por más frote que se le dé carece ya de virtud. Llevo sobre el hombro un impermeable europeo, que la hacía bella en las tormentas y lo dejo listo sobre una silla para que lo venga a buscar y no se moje. Llueve.
11/2/07

Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero del 2007

Imagen: Fotografía de Brassai

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