Thursday, July 1, 2010

Persistente memoria/MIRANDO DE ARRIBA


Magda Thames, amiga de entonces y hoy, viene a despedirse con un regalo que excede lo magnífico: una manta -no propiamente manta porque es atuendo de varón- larga y marrón que perteneciera a su padre, don Eliseo Thames, a quien imagino cruzando los páramos de Ayopaya, y sus vergeles, envuelto en ella, sudario de vivo, y con historias dentro del hilado y sus tramas que se remontan a no dudar a tiempos aún mas ancianos que los suyos. La última noche cochabambina llega entonces con una premonición, la del retorno, porque el llamado de la tierra, de todos los muertos nuestros que en ella reposan, es demasiado fuerte como para obviarlo, y se presenta en una rama de molle cubierta de jamillo, en una acequia perecida en el progreso, en una ruana de tonalidades marrones que evocan la fisonomía de los cerros... montañeses somos, y del valle también.
La sobremesa hoy fue un paseo por lo que otrora era “el campo”, ahí nomás pasando el Pintu Mayu, contemplando la desidia de los restauradores del Mayorazgo, quitándole el aura de antigüedad de sus desvencijadas paredes para convertirlo en una casa de campo con aromas de modernidad forzada. No hay que transformar los monumentos en parodias, sino captar el espíritu que no se recobra con tintes luminosos ni con mentiras.
El periplo fue búsqueda de lo escaso que queda, no sólo en las mansiones señoriales; en las modestas construcciones de adobe a la vez. El “progreso” destrozó Tiquipaya. Poco resta del pueblo bucólico de una Cochabamba igual. Ahora parece competencia de mamotretos, lujuria de arquitectura chicha y de terrible y fallida imitación. Cada quien tiene derecho a elegir dónde y cómo vive, pero el patrimonio cultural está por encima de las veleidades individuales, y así fuere con dinero algún coto hay que poner a tamaña depredación que nos dejará con nostalgia y carentes de memoria.
En Chiquicollo un aviso rezaba que si se descubría a alguien cometiendo robo sería “eliminado”. Chiquicollo que recorría yo en la bicicleta Hércules de papá luego de Condebamba y antes de Cuatro Esquinas con la paz de un joven amante del eucalipto y del alfar. Cansado me dormía, la pierna entroncada en el armazón, en campo cualquiera. Hoy colgaría de un poste como los muñecos de advertencia que allí se lincha, y mi cuerpo no tendría frescor de flores sino el polvaderal que la depredación trajo. La vida cambia y cambia para mal. E incluso así deseo volver y acariciar los marrones interminables de Cochabamba. Gracias Magda.
28/6/10

Publicado en Opinión (Cochabamba), 29/6/10

Imagen: Vista de Cochabamba

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