Tuesday, November 16, 2010

Carta a Omar en sus veintiocho/MIRANDO DE ARRIBA


Desde una mina escondida en el fondo de Alberta, Canadá, me llega una carta negra.
La noche ha caido sobre las letras. Libros y poemas se esfuman en el rugir de un río ignoto que la oscuridad no permite ver. El tiempo es falaz y soez. Se presenta con galas de desnudez joven, con ninfas carismáticas que llenan un espacio de pretérito, porque el amor nunca es presente; ellas siempre son pasado, y siempre pesan como amplias construcciones palaciegas en desiertos de sangre, con esclavos –miles- que arrastran piedras y las elevan a inútiles alturas. De pronto, abajo, ya que Sísifo de continuo cae, con el peso de la roca en tu conciencia, te das cuenta que esos esclavos que mirabas eran tú, son tú mientras la noche horada las entrañas de la vida buscando atragantar tu corazón.
Huye, mientras puedas, a los bosques de aire, lejos del siseo de las abejas reinas que aspiran a conservar la especie. Para otra cosa no sirves, si no quieres algo más, que para parir con tu mente sufridos seres que no te piden venir y que jamás serán tuyos.
Una carta me llega desde las minas de carbón del fin del mundo. Allí no hay faros, no existen las sombras de Julio Verne y sus infantiles vericuetos. Sólo socavones abiertos al cielo que tiene la negrura del piso y se confunde con él, donde la física perece y vivir es nigromancia o caminar de ciegos.
Echa tus cartas a un maletín, no las pongas sobre la mesa. Tíralas donde nadie las vea, donde tu subversión sea propia y única, en un rincón que percibe a los otros cual si fueran marionetas de un teatro inmenso y absurdo.
Un par de libros y tus recuerdos. Padre y madre y perro amarrados en tu cobija de sueños. Y boga, boga por el mar en calma y cabalga la tormenta. Que playas hay, y muchas, lejos de las cartas negras que borran los límites de tu ensueño. Y cuando ella, la mujer, camine sobre tu espalda, que no sea más que el sol que dora tus tobillos, el agua con la que juguetean tus pies. Habrás huido y encontrado tus ojos. Y cuando ya te mires en ellos dirás como Jim Morrison que no te mirarás de nuevo en los ajenos. Entonces ponte a pescar. Que de la caña pensante que eres según Pascal colgarán peces y tesoros, presente, ayer, y mañana, sojuzgados bajo tu impulso de hombre, bajo tus brazos que tienen ya el poder de hechizar las cartas negras y convertirlas en verdes Alhambras de sosiego.
20/6/09

Publicado en Opinión (Cochabamba), junio 2009

Imagen: Gilgamesh

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