Friday, November 19, 2010

Inolvidables recuerdos/NADA QUE DECIR


Otro de los megalómanos que creyose eterno fue esta piltrafa ¿humana? que Norteamérica extraditó a Bolivia: Luis Arce Gómez. Le toca Chonchocoro -ojalá no cambien los aires y encierren al criminal como le corresponde.
Muchos son los recuerdos, indelebles por lo tenebrosos, que este individuo impuso a mi generación. Recuerdos de amigos muertos, de tortura, de una muchacha que me decía que yo le gustaba pero que odiaba los bigotes: los bigotes eran lo que recordaba del desgraciado que la violaba en las celdas políticas de la represión. Ella estaba amarrada y sus ojos cubiertos. Podía, por debajo del trapo que atenazaba la vista, ver las botas del militar que valientemente se arrojaba sobre ella.
Amigos a los que mataron por caminar en la noche. Rastros de sangre de un muchacho que arrastraron por tres cuadras en la plaza de Cala-Cala quién sabe por qué. El peso de la humillación cuando cualquier milico hijo de tal entraba a un bar y, amenazante, comenzaba su actuación. Omnipotencia y descaro. Armados eran muy machos.
Entonces mi hermano Armando nos contrataba (a Julio y a mí) para atender los pollos de su granja. Eran los días del golpe de estado de 1980 y no se sabía nada. En medio de los galpones teníamos a todo volumen Radio Huanuni, Siglo XX, cuando todavía se defendían las minas y no había muerto la esperanza. Se decía de los asesinatos, no confirmados, de Quiroga Santa Cruz, de Lechín; se decían tantas cosas.
Aguardábamos por un milagro, por la eternidad de aquellos bastiones mineros, porque con dinamita se hiciera saltar para siempre el monstruo del ejército y el fascio local. No sucedió. Los gritos desesperados de los radialistas anunciaban que Huanuni caía. Luego sobrevino un silencio.
Recurrimos a la onda corta: Radio Praga, Moscú, Radio Tirana, donde el "camarada" Enver Hoxha "analizaba" la situación boliviana en términos de ortodoxia marxista y preludiaba el alumbramiento de la revolución. Nos aferramos a eso, aunque bien sabíamos que las necedades que llegaban desde Tirana no valían. Luego sobrevino otro silencio.
Pasó el tiempo, largo, largo como sería para aquel arrastrado por los soldados en Cala-Cala, presumimos ya muerto.
Y hoy llega el infame orate que andaba detrás de todo, desde mucho antes. El asesino de Luis Espinal. El asesino a secas. Respetado coronel; macho con traza de carnicero y saltimbanqui, como eran -y son- los que recurren a la "carrera de las armas" en Bolivia, quienes la única guerra que ganaron fue contra el pueblo desarmado. Los que corrieron en cada frontera, los que permitieron al país desgajarse en pedazos, a los que corretearon soldados descalzos -los pilas paraguayos- hasta que los protegieron las estribaciones montañosas.
Ellos mandaban, y Luis Arce Gómez no era un lunar en la institución: la representaba. Y ahí está el detalle del castigo. Nuremberg y otros juicios nos enseñaron que no se juzgaba a los individuos per se (aunque también). Se juzgaba a un sistema y a sus instituciones. Por eso, al ahorcar a Tojo y a Keitel el castigo caía sobre el país y, como medida preventiva, para que no volviera a ocurrir, se anulaban los ejércitos de las naciones malditas.
El coronel Arce Gómez, incapaz hoy de matar una mosca, casi ciego, casi sordo, diabético y no me importa qué ni de qué muera o sufra, recibe castigo. Ahora es tiempo de hablar de las Fuerzas Armadas, de su papel en los años negros. De su responsabilidad, que no es personal sino institucional.
11/7/09

Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), julio 2009

Imagen: Recortes del golpe de estado de 1980

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