Tuesday, November 9, 2010

El exilio voluntario, ganadora de Casa de las Américas


LILIANA CARRILLO V.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot ganó en Cuba el Premio de narrativa Casa de las Américas por su novela “El exilio voluntario”. Desde EEUU, el autor habla de migración y galardones.

Ambigua. Así define el escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot la naturaleza de la emigración. Este tema “saturado de penas y también de delicias” inspiró su novela El exilio voluntario que acaba de ganar en Cuba el prestigioso Premio de narrativa Casa de las Américas 2009.

El autor radicado en Colorado (EEUU), que ya había obtenido el 2002 una mención en este certamen internacional, se convirtió en el cuarto boliviano premiado por Casa de las Américas después de Renato Prada Oropeza, Wolfango Montes (novela) y Pedro Shimose (poesía). “Espero ser responsable en mi obra”, afirma Ferrufino Coqueugniot en esta entrevista vía e-mail con La Razón.

Un exiliado (¿voluntariamente?) como usted escribiendo de exilio. ¿Cuánto de autobiográfico hay en la novela?
El tema de la obra no es necesariamente el exilio. Sí en el sentido de que exilio es alejamiento de la tierra de uno, pero sin connotaciones políticas. Exilio existencial, voluntario, que al hacerse costumbre con el tiempo se aplaca sin nunca desaparecer.

La novela juega un péndulo entre los dos extremos geográficos de su protagonista, a decir Bolivia y Estados Unidos. Pero, y ahí tal vez se hallen las connotaciones político-económico-culturales, exilio significa la huida de lo pequeño, lo cerrado, lo mezquino de una realidad que no ofrece lo suficiente a quien quiere ver y hacer más.

Hay en la obra mucho de autobiográfico y bastante de tantos inmigrantes, tan variados y diversos, con quienes me crucé en los años. El inmigrante, casi todos, pasan por los mismos patrones de reacción: dolor, nostalgia, hasta que al asentarse y fundar otra vida se da paso también al contento, a la alegría. La emigración en sí es un exiliarse voluntariamente. Los motivos pueden ser muchos, pero la decisión es personal.

Usted ya visitó el palmarés del premio Casa de las Américas cuando el 2002 ganó una mención con El señor don Rómulo. ¿Hay relaciones entre esta obra, su primera novela y la que ahora es premiada?
No hay relación temática y quizá poca en estilo entre El señor don Rómulo (que se publicó en Bolivia) y El exilio voluntario. Creo que hay mejor manejo de lenguaje y mayor madurez de forma en la segunda. Además, El exilio voluntario fue escrita entre 10 a 12 años, un mundo.

Estando lejos, ¿sigue siendo Latinoamérica el tema de su obra? ¿No es “antropológico” escribir de los otros desde Estados Unidos?

Bolivia en esencia y algo de América Latina (Argentina, de donde es mi madre, en particular) son fundamento de mi obra. Esta novela premiada discurre casi toda en Estados Unidos, pero es vitalmente boliviana en tanto a espíritu y universal en cuanto a tema y a ubicuidad.

No hay “antropología” al mirarse uno mismo. A lo sumo hay un espejo de memorias, presencias y ausencias. Aparte, y en esto hay que ser claros, el mito de “jauja” en Estados Unidos es falso. Cuando uno se echa encima 20 horas de trabajo, en condiciones de frío inhumano, con mala alimentación, con soledad, apuro, como relato en mi libro, no puede haber miradas retrospectivas hacia el país de origen con desdenes para los que uno no tiene tiempo.

Quienes lo conocen dicen que es usted un apasionado por los libros. ¿Cuándo el lector se transforma en el escritor?
La escritura, cuando se centra en la formación de la belleza es literatura, así se hable de economía o de poesía. Hay estructuras que separan lo literario de lo técnico, mas un columnista puede ser un gran literato a la vez que un buen periodista. No hay cánones excluyentes entre uno y otro.

A veces es cuestión de simple fórmula. No estoy hablando de ficción, sin embargo, hablo del manejo y construcción de las palabras que hacen de un texto cualquiera, literatura.

Desde lejos, ¿cómo ve la literatura boliviana actual?
Hay talento y hay oficio (en unos más que en otros). Tal vez atravesamos aún un período de búsqueda y habitamos una caldera donde se cuece el futuro. Se van sentando las bases de una sólida literatura nacional, aquella que parirá a uno o a muchos autores grandes. Todavía no lo hemos alcanzado.

Quizá esos grandes autores duermen allí, trabajan allí, ya están allí sin encontrar el intersticio que los haga personales y trascendentes. Pero para encontrar la grandeza se precisa de mucha humildad.

Con este premio se suma a Prada Oropeza, Montes y Shimose, ¿cómo asume esta responsabilidad?

Es por supuesto un honor estar junto al poeta Pedro Shimose, al novelista de mi juventud que fue Renato Prada Oropeza y a la talentosa frescura que Wolfango Montes trajo a la literatura boliviana. Espero ser responsable en mi obra de continuar su camino.

¿Dedica todo su tiempo y trabajo a la literatura?

Escribo realmente cuando puedo y me encantaría escribir cuando quiero. Pero yo soy un padre profesional y eso, a veces, muchas veces, impide que me convierta en escritor de oficio. Pero escribo, escribo… y leo.

¿A que destinará el monto del Premio Casa de las Américas?

El monto del premio irá sin duda al fondo de estudios de mi hija mayor, Emily, que sale bachiller este año y que es ya una maravillosa autora de literatura fantástica.

Escritor Boliviano: Claudio Ferrufino-Coqueugniot nació en Cochabamba en 1960. Estudió Química, Sociología e Idiomas hasta titularse en Lenguas modernas en Denver, Colorado (EEUU), donde radica.
Obra: Cuentos “Virginianos” (1991), Novela “El señor don Rómulo” (Mención Casa de las Américas 2002) editada por Editorial Nuevo Milenio. Es columnista en prensa y crítico literario.

Fragmento
El Alto. Noche ya.Una casita de dos pisos, modesta. Unas gradas con casa, en realidad más gradas que casa. Esposa e hija adentro, qué grande ya y cómo no, si son 10 años desde que salimos bachilleres y me tuvieron que arrojar al patio a través de la reja porque no podía pararme, y papá que llora con camisa a cuadros, papá, papá de camisa a cuadros un octubre tan viejo como mil novecientos setentaisiete, tan viejo ya papá, frente al televisor, mirando “Sábado gigante” sin darse cuenta que es domingo, o las tardes de la vejez, las de la infancia son todas iguales. Hijo, y los brazos te reciben.
Padre; abuelo; y los brazos te siguen recibiendo…
Ni me acuerdo el nombre de la hija de Pepe. Vi a su esposa, años después, al otro lado de la acera, cuando el camino de Oruro ya se había adueñado de tus piernas, y no me acerqué. Pedí dos salteñas; apoyado en el codo derecho la vi pasar, sabiendo que lo que no le preguntaba de ti entonces no lo sabría más. Carlos quiso así guardar muy adentro una intimidad que no tenía espacio de muertos, ni que fuera nicho, o cementerio, o simplemente no me da la gana de creer que mis amigos han muerto. Las escaleras del grill se incendian y el oscuro amiguísimo de aquella crepusculada se insume en una boca pintada con interiores de sangre, un beso que rechazamos.
(Claudio Ferrufino-Coqueugniot, de “El exilio voluntario”)

Casa de la Américas
Premio • La 50 versión del Premio Casa de las Américas galardonó en novela al boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot; en testimonio, Mañana es lejos, del argentino Eduardo Rosenzvaig; y en obras para niños, La doncella del Huillallaco, del también argentino Yoli Fidanza.

Jurado • Fue integrado por el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II, el chileno Hernán Uribe Ortega, el cubano-ecuatoriano José Ignacio López Vigil y el venezolano Carlos Noguera.

Fuente: La Razón, La Paz, febrero 2009

Imagen: Papá y yo, Tarata, 2005/fotografía de Alicia Ferrufino-Coqueugniot



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