Wednesday, November 10, 2010

Sobre El exilio voluntario


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

para Fondo Negro (Martín Zelaya)


El tema de la novela son los primeros años de un inmigrante boliviano en los Estados Unidos. Sin embargo no hay disrupción entre un lugar y otro. La permanencia, y presencia, de ambos es patente a lo largo de sus doscientas y tantas páginas.

La cronología sigue dos trazos paralelos, uno en que se respeta el devenir de la historia y otro donde hay irrupciones de uno en otro, reversiones, retornos al pasado, yuxtaposición, ubicuidad.
No hay moraleja. Es un relato de las ambigüedades, las penas y también las delicias de la emigración. Quizá la ampliación del mundo, la extensión de las perspectivas jueguen un papel importante. Nada peor que un literato para explicar su obra, diría...

La comencé una tarde en Villa Moscú, Cochabamba, en 1996, mirando la casa de la pintora Marcela Mérida, al frente, en un día de sol, recordando el atroz invierno de 1989 en Washington DC, de noche, en el mercado de abasto.


El ambiente es dual: la Cochabamba soleada, el barrio North East del Distrito de Columbia helado. La comodidad de una silla al comenzar, el recuerdo de mis manos congeladas descargando camiones. Animo y contexto variables: nostalgia, dolor, felicidad por haber sido tan rico en vivir tales experiencias.


Hay mucho de autobiográfico en la novela; Carlos Flores, el personaje, es un obvio alter ego de Claudio Ferrufino. La problemática era, y es más aún, candente como dice el premio. Yo fui a Estados Unidos por casualidad pero ya allí asumí el papel de inmigrante y lo viví y sufrí con la intensidad de cualquier otro. Más que un exilio de Bolivia fue un exilio de mí mismo, de un Claudio tal vez caprichoso, irresponsable, inmaduro, hacia un universo de brutalidad, donde no se sobrevivía si no se era fuerte. Estados Unidos en ese sentido modeló mucho de lo que hoy soy como hombre.


Me gustó seguir la línea, hablando en general, de los literatos anglosajones, cuyo trasfondo (background) casi nunca viene de la intelectualidad ni de la academia; viene de la vida misma, del trabajo, el crimen, el boxeo, la miseria. En ese sentido "El exilio voluntario" es una novela lograda, donde no hay belleza prestada, donde lo que se cuenta, aún de manera literaria, son las transmutaciones de un hombre, su alegría y su dolor. Desesperanza de saber lo que uno era y tenía, lejos, quizá perdido; de encontrarse solo ante un mundo no sólo ajeno sino ruin, enemigo. Y saber, dentro de ello, vivir y apreciar vivir, lo que trae aparejada por mínima que sea la felicidad. Novela existencial a tiempo de testimonial, sin duda.


Creo que estilísticamente la novela es ambiciosa. El diálogo, por ejemplo, se encuentra en un mismo plano de la narración. No se hace la separación formal de cuando se describe y cuando hablan los personajes. Aun siendo un monólogo aparente, hay una muchedumbre que habita en el personaje en cuestión. Hay diversidad de planos narrativos y poca formalidad estilística. Quise exprimir el lenguaje hasta un extremo de mi propia aceptación. No llego a un volcán verbal como Valle Inclán, o el García Márquez de "El otoño del patriarca", pero exijo al idioma, sin seguir una técnica precisa sino más bien el vértigo de la narración que es el vértigo del inmigrante ante una realidad completamente nueva, donde tiene que volver a nacer.


Paso buena parte de mis horas leyendo. Sí siento una predilección especial por los autores rusos, sin ser excluyentes; por los libros raros y olvidados, por autores fuera de la corriente principal: Schwob, Reymuz, Schulz, Borel... Leo diarios, todos los días, de Bolivia, de los Estados Unidos, de España, México, Argentina. Leo mucha historia, geografía, sociología, antropología, ciencia, economía, etnografía, política, biología, zoología, todo lo que me interese (que es muy vasto). Y leo ficción, por supuesto. Muy poca poesía y nada de teatro. Veo una película al día, casi sin falta.


Hablando hace un momento con Marcelo Súarez de "El Deber" le decía que yo considero mis artículos para periódicos, literatura. Hay toda una gran corriente, de la que Kapuszinski fue tan sólo el mejor ejemplo, que hace literatura periodística. Estilo muy rico porque sabe añadir a lo real la riqueza de lo literario. Y no es que sea nuevo. ya lo hacía Pierre Loti en el siglo XIX; lo hizo Flaubert; lo hizo Leo Africanus si retrocedemos en los siglos.


Participé en 3 concursos literarios en mi vida. En uno no obtuve respuesta y los otros dos, ambos Casa de las Américas y para mis dos únicas novelas, fueron benignos: una mención de honor y un premio. Creo que es importante participar en concursos en un mundo donde la tecnología da mayor lugar a la publicación, pero donde el reconocimiento y/o la universalidad están perdidos. Los concursos mantienen lo poco que queda -digámoslo así- de la profesión de escritor. Con el internet todos somos escritores y es que escribir es inherente al humano. El concurso no te hace parte de una élite mas mantiene un oficio, el más lindo y el más dramático: escribir.


De joven miraba Casa de las Américas como algo lejano, una especie de quimera. Estaban Eduardo Galeano y Haroldo Conti; Pedro Shimose, Jorge Enrique Adoum, Enrique Lihn y otros. Formar parte de ese listado selecto por supuesto que es un toque a mi vanidad pero al mismo tiempo un llamado a ser humilde. Los autores bolivianos estamos encuevados por la propia realidad -sobre todo- pero también por la falta de búsqueda. Es una situación cómoda. Hay que irse como Blaise Cendrars a las trincheras; no otra cosa buscó Rimbaud hastiado de la presunción. Debo "El exilio voluntario" a la experiencia de vida sin que signifique que dé énfasis a la meritocracia, pero el mundo es ancho, amplio, y no siempre ajeno (en otros términos que los de Ciro Alegría) y hay que verlo. Hay que escribir sobre las mujeres, si se es hombre, o lo opuesto si se es mujer, viviéndolos en carne y hueso, en sudor y lágrimas como un novelón. No creo en el erotismo de dentro de casa, producto de una oquedad onanista que plasmada en letras tiene vacuo sabor (como si se pudiese saborear la nada).


No he leído lo último de los jóvenes escritores, pero hay nombres, sin importar la generación, de mucho interés. Me gustan Homero Carvalho y Ramón Rocha Monroy; me gusta Miguel Lundin en Suecia. Amé la obra de Víctor Hugo Viscarra que es con quien más me acomodo, por su humor más que por su tragedia. Hay mucho humor en "El exilio voluntario".


Bolivia es una caja de sorpresas, un universo de riqueza incomparable en busca de sus artistas. Me gustó cuando Ramón Rocha Monroy escribió en una de sus columnas la crítica a los autores nacionales de obviar la realidad local. No se necesita escribir literatura militante, y lo existencial no excluye lo general. Creo que es un período histórico de inmenso interés, que debiese producir mucho, si se quiere a favor o en contra pero de lo trascendente que es el arte. La inclusión, por fin, del indio como sujeto real es, en mi opinión, lo más importante que dejará la época. Y al incluirse, con el tiempo, también veremos a los autores nativos desarrollar sus mundos en papel. Tal vez allí, cuando Bolivia se mire a sí misma, creceremos internacionalmente en cada aspecto, incluido el literario.


claudio ferrufino-coqueugniot

aurora, febrero 12, 2009

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Publicado en Fondo Negro (La Prensa/La Paz), febrero 2009

Imagen: Dialog with Solitude/Jerry Uelsmann, 2006

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