Sunday, October 31, 2010

Caudillos/MIRANDO DE ARRIBA


El término caudillo es empleado en forma generalizada; se pone en el montón a Miguel Lanza y a Evo Morales; a Facundo Quiroga y a Hugo Chávez,cuando las disimilitudes entre ambos grupos son mayores que las similaridades. Habría que encontrar un término distinto para los "caudillos" del siglo XXI, porque su carisma difiere en mucho de aquellos que marcaron las guerras patrias o las sucesivas contiendas civiles que siguieron a la derrota de España. Caudillos eran Villa y Zapata, y Sandino como Maceo o el Chacho. Pero hoy, que el cacicazgo se compra en oro, o gracias a muletas prestadas por mecenas foráneos, no se debe confundir las gestas buenas o malas de unos, con las veleidades de los otros.
Caudillos fueron Chapaiev y Majnó, en dos ramas encontradas de la revolución rusa. O Lajos Kossuth y hasta el poeta Petöfi en Hungría e, incluso, con algún esfuerzo, se podría añadir a Bela Kun. Cada país dispone de ellos, los posee, vienen de sus entrañas pero cargan un fardo de violencia e ideas que los hace únicos entre el resto, y notables, fuera de la calificación que se les pudiere dar.
Zárate Willca, que es el cénit de las sublevaciones indigenales, tiene traza y estampa de caudillo, igual a los esposos Padilla y a Warnes. Y caudillo era también Aguilera, asesino de estos dos últimos patriotas, así como el tendero Boves convertido en fiera sangrienta en los llanos de Venezuela ante otro centauro que se llamó Páez.
Ser caudillo es más que ser presidente, más que gastar el erario nacional para comprarse gloria. Me refiero a Chávez, triunfador en el referendo venezolano, feliz porque cree que con ello ganó eternidad, y cuya intromisión en la historia tiene más que ver con ventas y ganacias que con ideales o méritos.
Desentona el coronel con la imagen que se tiene del caudillo. Canta rancheras y viste una boina pequeña que parece inclinado bonete de cardenal. Se pone al lado de Bolívar adusto y existe profundo desarraigo entre uno y otro. Cierto que los de antes tuvieron la ventaja del combate, donde la lujuria del valor conquista los corazones de los hombres (cuando pasa Napoleón dormido en su caballo, la Grande Armée suspira). Tal vez se compara a Perón, al misticismo falso que atrajo un hombre cuyos huevos llevaba su mujer.
Cuando Aquiles descansa, los mirmidones juegan a los dados. Cuando flexiona los músculos o rechina los dientes, sus mirmidones lo imitan. ¿Acaso es Chávez Aquiles? No alcanza siquiera a ser mirmidón.
16/2/09

Publicado en Opinión (Cochabamba), febrero 2009

Imagen: Simón Bolívar

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