Monday, October 25, 2010

La fiesta inolvidable/NADA QUE DECIR


Claudio Ferrufino-Coqueugniot

a Zee Ferrufino, en Denver

No me refiero a aquel filme de Peter Sellers que causó una tenue riña familiar y cinemática en la infancia; hablo del acto inaugural de la presidencia de Barack Obama, un 20 de enero, casi un homenaje casual e implícito al gran Luther King.

Fue, como se suele hacer, en los predios del Mall de Washington DC, ciudad que considero segunda mía, donde sus húmedas calles y sus sombras crecen mi memoria como enredadera inglesa. Allí, con bajas temperaturas, dos millones de personas esperaron el hasta ahora acto más trascendental del siglo XXI. Fuera de la esperanza y de las posibilidades de un gobierno que se hizo pedestre desde el segundo día ya, que escondió los sueños en el vagón del recuerdo, queda la imagen de algo inaudito, inesperado en la historia norteamericana, algo que nunca se hubiera creído. Una quimera que tomó realidad, en lección que dio la ciudadanía de Estados Unidos al mundo, que remozó de sus cenizas la vilipendiada democracia.

Zenón Ferrufino, Zee, como suelen llamarlo sus amigos, nació en Apolo en el paradisíaco norte paceño, donde la frontera es un mito y la belleza comunidad. Allí hay simbiosis de las hoy dos Bolivias, porque el oriente se reúne con el occidente, La Paz con el Beni, donde el ganado y la goma se juntan con los tejidos de Charazani: el trópico con el Ande. Allí nació, pero se convirtió en magnífico empresario en Colorado y sus triunfos quizá lo acerquen al lúcido aunque muchas veces infiel mundo de la política.

En una noche de largos abrigos, en el invierno de Denver, con la miríada de luces de Larimer Square, casi las luciérnagas de Apolo, mi hermano Armando, su hijo, Zee Ferrufino y el suyo: Fernado Sergio, más un quisiera decir "servidor" pero me suena cursi, escanciamos el carmesí de los Cabernet, de los Merlot, de los Shiraz, el blanco amarillo del Chardonnay, con unos fantásticos hors d'oeuvres que se extendían desde mestizos chiles jalapeños rellenos de queso ranchero hasta quiches franceses de gusto florentino. Entre los temas de conversación -distraidos en los labios ante el paso y repaso de mujeres bellísimas, muchas de luto según vi, todas vestidas de negro porque la elegancia se asemeja a la muerte- estuvo el de Obama y la transferencia de mando.

Un detalle me inclinó a escribir esta nota, porque me pareció divertido, hasta jocoso. Cuenta Zenón, tal vez el único boliviano invitado al inner circle del presidente, mientras muestra una fotografía del mandatario bailando con su altiva esposa, que Shakira estaba allí, que cantó y lució sus moldes que acunan el sueño de más de un masculino carácter y que nadie le prestaba atención. Aún los dandys que acumulan cuerpos como medallas la ignoraron: la rutilante estrella era el nuevo pop icon de la humanidad: Barack Obama, quien, aún y felizmente vivo, se ha convertido de pronto en parte intrínseca de la parafernalia del nuevo siglo, como lo fueron Lennon y Marilyn, el Che y Chaplin, los queridos muertos. Cómo podía una estrella pop, que utiliza extremidades y caderas en el rebusque del arte, opacar la presencia de un icono que de un día a otro excedió sus límites naturales para conformar un espacio universal. ¡Pobre Shakira! Y más pobres aún Jennifer López y su sietemesino cantante (Mark Anthony, no Héctor Lavoe) que ni siquiera usufructuaron la voluptuosidad de los pechos de la actriz para hacerle sombra al aludido.
Nosotros, entusiasmados con los detalles ceremoniales del día, continuamos nuestro arduo trajín por el vino. El dueño del club se sentó un par de veces. Persa como era le nombré Isfahan y sus mezquitas azules, las techumbres de Shiraz de Pierre Loti, los versos recalcitrantes de Omar Khayyam, eternos al envejecerse la noche.
31/01/09

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Publicado en Puntos de vista (Los Tiempos/Cochabamba), febrero 2009

Imagen: Andy Warhol/After the Party, 1979

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