Friday, October 8, 2010

Entrevista a Claudio Ferrufino-Coqueugniot


por Ricardo Bajo

El viernes primero de febrero desde La Habana, Cuba, llegaron a las redacciones de los diarios los prestigiosos premios literarios de Casa de las Américas. La sorpresa fue grande. Un boliviano de nombre Claudio Ferrufino-Coqueugniot había ganado una mención de honor en el apartado de novela por su obra El Señor don Rómulo.

Un par de llamadas y casi nadie conocía a tal Ferrufino. Presentamos una entrevista realizada a través del correo electrónico con este talento redescubierto de nuestras letras que suma su nombre a los cuatro bolivianos que anteriormente inscribieron su nombre en el palmarés del galardón cubano: Prada Oropeza y Wolfango Montes ganaron en novela (Gonzalo Lema se hizo con una mención) y Pedro Shimose, en poesía.

"El Señor don Rómulo es una novela muy bien escrita, es una saga familiar que cubre un siglo y medio de la historia de Bolivia, tiene humor y es muy fuerte, narra la historia de una familia criolla y sus relaciones con los indígenas en el valle cochabambino. El patriarca, Don Rómulo, es el personaje central, una gran creación", dice Edmundo Paz Soldán de la novela de Claudio Ferrufino. El cochabambino que tiene reciente la publicación de su último trabajo, La materia del deseo, fue parte del jurado que deliberó en la bella bahía de Cienfuegos, en la mitad del lomo del "gran largarto verde" y que proclamó como ganadora absoluta a Plop, del argentino Rafael Pinedo.

Claudio Ferrufino-Coqueugniot nació en Cochabamba el 13 de marzo de 1960, estudió en el colegio Maryknoll para luego intentar acabar las carreras de Química industrial, Sociología e Idiomas, sin ixito alguno. A las once años leía de vez en cuando poemas a sus padres, "probablemente pésimos", se confiesa. Una edición completa de La Ilíada que recibió de regalo cuando tenía nueve años influenció su gusto por la épica. Sus primeros trabajos publicados datan de 1984 cuando Gaby Vallejo leyó un texto suyo y consiguió su publicación en el suplemento Presencia Literaria con la colaboración de Juan Quirós. Fue columnista de Opinión de Cochabamba y colaboró en revistas españolas y alemanas. En 1991 publicó con Los Amigos del Libro su único libro hasta ahora Virginianos, una recolección de cuentos y textos breves.

Ferrufino vive actualmente en Denver, Colorado, donde se doctoró en lenguas modernas y donde presentara El Señor don Rómulo como tesis del curso de honores. Vive entre las "entrañas del monstruo" desde 1989 casado con una italobrasileña que conoció en Cochabamba, Ligia Ferragutti. Pero su vida no ha sido fácil en el vecino del norte pues ha ejercido de traductor freelance, escritor de cuentos infantiles, estibador, albañil, panadero, repartidor de periódicos, especialista en frutas y verduras frescas, pequeño empresario y mucho más, "una colección de experiencias humanas enriquecedoras para mi arte, cada una un universo, varias novelas dormidas", asegura. Ahora su sueño es publicar El Señor don Rómulo en Bolivia y posteriormente

Con cuarenta años se ha animado a escribir novela, logrando un premio de importancia, con su ópera prima, ¿por qué la tardanza?

–Admiro la estructura de la novela, de cualquier estilo que sea. Por mas caótica que parezca, se rige por un formalismo riguroso. Diría que el noventa por ciento de mi lectura son novelas. No me animé a escribir una, no me consideraba, ni me considero, completamente apto para lograrla. A través de los años fui postergando su inicio. Cuando tenía treinta y dos años me consolaba que Henry Miller recién se iniciara a los treinta y tres. A mis cuarenta, me vi impelido a hacerlo de una vez. Sólo me quedaban dos años para alcanzar a Joseph Conrad. Quería tener esos veinticuatro meses que me separaban de él para perfeccionarme. Como te decía, considero a la novela el punto más elevado de la literatura. Un género muy difícil, de mucho rigor. Sin desmerecer a la poesía o al relato breve, la novela debe conjuncionarlos a todos.

El no soltar los hilos, atar los cabos, crear pistas falsas o incluso, adrede, dejar cabos sueltos (para que los termine el lector) en una obra extensa requiere una sólida disciplina. En este sentido, finalizar la historia de don Rómulo ha sido para mí una culminación de años de experimentación y lectura. Siendo la primera novela puede quizás pecar de defectos perdonables, lo que no le impide ser mi creación mas querida.

¿Qué te influyó para mandar la novela al premio Casa de las Américas?

– Siempre veo noticias referentes a Casa de las Américas, quién ganó, en qué género. Trato de encontrar, de ser posible, aquellos que me interesan. De ahí surgió la idea de mandar mi novela a Cuba. Lo hice a última hora sin mayores esperanzas pero con el gusto de hacerlo. Participar es continuar una gran labor como la que hacen ellos. Ganar es secundario. Muchos años atrás, participé en otro género, sin éxito, cosa que no quitó ningún color a esta institución. Soy un gran lector de novelas, pero un neófito en escribirlas y una mención de este tipo para la primera que produzco me honra mucho.

¿Quién es el señor don Rómulo?

– Cronológicamente, El señor don Rómulo abarca un período de la historia boliviana entre 1880 y 1950, el auge y próximo fin de una casta parasitaria de señores improductivos que campeaba por tierra y existencia sin mayores preocupaciones. Proveídos de lo mas necesario, comida y lecho, vagabundeaban en una fiesta continua ajenos a la miseria y dolor de los demás. Descripción muy general, pero que sirve para situar el contexto social en aquella Bolivia criolla y semi-feudal.

Rómulo participa de esta clase social. No trabaja ni lo hará nunca con alguna pequeña excepción. Tiene, pero, sus contradicciones. Ferviente individualista como todos los de su casta -los Ferrufino- jamás hará parte del montón. Limitará su contacto con los señores a sus horas de juego en el Club Social, a sus fantásticas invitaciones. Fuera de ello será único. Anticlerical, ateo, irreverente, priorizará ante todo el hembraje, el sexo, exento en su caso de romanticismo. Rómulo es el personaje principal, el único, fuera del autor, con poder de decisión. En este sentido, el aludido se mezcla con el escritor en un espacio intemporal donde uno es otro y viceversa.

Aparte de Rómulo Ferrufino -y de Claudio Ferrufino- transitan a su alrededor muchos personajes de la familia, sobre todo sus hermanos Armando (mi abuelo) y Cecilio. Eventualmente también surgen seres históricos como el presidente Gualberto Villarroel en entornos desconocidos y privados. En toda novela, la ficción juega un papel primario. Mi conocimiento del tío abuelo era reducido, una conjunción de viñetas diversas: recuerdos de mi padre Joaquín mayormente, chistes, documentos. Tenía, si, el perfil del personaje. Había que llenarlo de carne y sangre, un Golem nativo y autónomo. Estaba el escritor y su hermano. Padre y tíos. Detalles dispersos de una geografía familiar que tendría que producir un sujeto. Rómulo es la conjunción de todos ellos, los Ferrufino, y ellos son, a su vez, hijos suyos, incluido su hermano Armando, su antítesis perfecta.

El entorno premeditado fue de cuecas antiguas bolivianas, Fidel Torricos, Hernán Rivera Unzueta; tangos, Francisco Canaro sobre todo, y otros mas viejos -entre 1920 y 1935- El infaltable folklore argentino, zamba, vidala y chacarera. La Argentina, tierra de mi madre, tiene un peso fundamental también en mi libro, así como lo tiene en la historia boliviana.

¿Se encuadra tu novela El señor Don Rómulo dentro de un género cultivado por las letras latinoamericanas como el de las sagas familiares con grandes patriarcas de protagonistas?

– Si bien El señor Don Rómulo es una saga familiar no creo que siga una línea como la de Cien años de soledad, por ejemplo. Considero que sus antecedentes son mas bien Cervantes (aunque hay Cervantes en cada uno de nosotros, incluido García Márquez) y Marcel Proust. Alan Fournier también en menos medida. De Proust tiene el gusto o la invisibilidad de la nostalgia. Estilísticamente es distinto pero hay una fuerte ligazón espiritual. De Cervantes, un juego narrativo y la herencia de una obra sin par como Don Quijote. El patriarca es propio de nuestras naciones y su similaridades o diferencias son de tipo local. Eso me hermana con Roa Bastos, con Gabo, con Carpentier...

Mi novela tiene una deuda con el cine. Mi afición cinematográfica va mas allá del vicio. Algunas escenas de Rómulo son mas bien pensadas para un camarógrafo que para un autor. No es un guión de cine, se hermana con él. Y la música popular. Bolivia y Argentina en primera instancia, Brasil y Colombia después, han modelado mi obra con su dinámica. La cueca Padillita, en piano y batería, puede explicar párrafos de don Rómulo con mas sobriedad que cualquier crítica. Lo siento así.

¿Por qué crees que nos falta un ícono literario en el país a nivel internacional como puede ser Gabo para las letras colombianas, Roa Bastos para Paraguay, un Neruda, un Cortázar?

– El hecho de no tener en Bolivia iconos literarios como García Márquez, Roa Bastos, Neruda, Borges y Cortázar lo debo más al carácter nacional que a una deficiencia literaria. Ya según Bolívar, los pueblos del Alto Perú eran ingobernables. El mariscal Sucre lo supo muy pronto. No existe en la historia boliviana un caudillo que durara casi eternamente; no hay Juan Manuel de Rosas, ni el doctor Francia, ni los Solano López, ni Gómez Belzu y Melgarejo son efímeros.

La dinámica boliviana difiere en eso con las otras alrededor. Víctor Paz Estenssoro es muchas veces presidente, pero nunca es el mismo. De serlo, sería rechazado. Lo mismo pasa en literatura. Hay autores, queridos muchos, y pasan. Bolivia es un país de renovabilidad fantástica. Aunque se dice que nada cambia, todo se mueve vertiginosamente. Y en cierta medida es profiláctico. El pueblo boliviano es un pueblo en lucha constante, un superviviente. Cuando no existan mas los Estados Unidos, Bolivia, con todas sus taras, permanecerá invulnerable. Es ese movimiento, que debiera ser estudiado por sociólogos e historiadores, lo que impide la creación del mito magnificado.


El mito pervive en la sociedad boliviana en pequeñas dosis. Todo se mitifica, el fútbol, las verduras, las carreteras, etc., pero no en la magnitud conque lo hace en sociedades vecinas. No creo que sea correcto esperar, y dolerse porque no hay, una divinidad literaria. No es posible y no implica desventaja respecto de nadie.

¿Desde la lejanía como ves el nivel literario del nuestras letras?

– Mentiría si dijera ser un erudito en la última literatura nacional. He leído con bastante continuidad a los columnistas y a los escritores de artículos en diarios y revistas. Hay un nivel literario envidiable. En un país de escasa producción editorial este conjunto de autores esta creando las bases de una nueva literatura boliviana, más aguda, perspicaz y universal que la que leyeron mis padres. El Juguete Rabioso, suplementos culturales de La Paz, algunas páginas culturales de Santa Cruz (que es lo poco que conozco), columnistas cochabambinos, muestran un excelente manejo literario del lenguaje. He notado además que el espectro de la literatura se ha ampliado y enriquecido con una diversa gama de apoyos.

No es extraño que un artículo sobre poesía tenga anotaciones sociológicas o de política y económica. Diríamos que ha surgido, o se ha recreado, un espíritu renacentista. En literatura se habla de cine y de sicología y no es extraño que un autor que cite como sus fuentes a Sófocles y a Bob Dylan haya dejado de ser "sui generis". Es algo que he notado también en los nuevos escritores jóvenes de México, no tan famosos aún para ver sus nombres en libros, pero que desarrollan una brillante labor en medios más populares (y por ello tal vez más importantes) como los periódicos o las revistas. Recalco mi vergonzosa ignorancia. En poesía he leído con placer a Humberto Quino, a Soledad Quiroga y su poesía suave; a Vilma Tapia Anaya me une una vieja amistad y un acercamiento común al poema. Andrés Uzeda es un tierno e incisivo poeta olvidado. Entre los novelistas, disfruté mucho de una novela de Ramón Rocha Monroy sobre el exilio en Suecia que me prestó mi hermana. Me pareció un hito en la literatura del país, un cambio de frente enriquecedor. Tito Gutiérrez tiene un excelente control de sus temas y de lo que quiere decir, aspecto fundamental para un novelista. No conozco su última obra pero Mariposas blancas me sugirió un libro dominado por su autor. Edmundo Paz Soldán es sin duda el escritor mas conocido del país, el único boliviano cuyas obras pueden conseguirse en Denver, Colorado. Desde Damas de papel si que ha ampliado el horizonte de sus temas.

Me atrae la idea de que esta haciendo un puente entre dos mundos, entre Bolivia (o América Latina) y los Estados Unidos (otra pequeña América Latina). Si así lo hace, o lo planea, entonces será un visionario, porque una buena parte del futuro de la literatura nuestra se escribirá en el norte, y se venderá en el norte. El complejo editorial y cultural que fue la Argentina en los años cincuenta y que luego se trasladó a México y a España, terminará en los Estados Unidos con un potencial mucho mayor. Conozco a Gonzalo Lema pero no sus nuevos libros. Jonás y la ballena rosada es de excelente narrativa y ojalá alumbre otras. Montes tiene calidad y habilidad. Hay muy buenos ensayistas y, como con los otros géneros, estoy seguro de olvidar mencionar a muchos. Entre ellos pienso en Elena Ferrufino de Abud, mi hermana y fuente de referencia e inspiración mía.

Hablando de Estados Unidos, vives desde 1989 en Estados Unidos, ¿cómo ha visto el fenómeno de la literatura en español en ese crisol de culturas?

– Como tutor privado de literatura en español he conocido autores interesantes. Ahora mismo estudiamos a Sandra Cisneros, escritora chicana que escribe en inglés y que ha sido traducida al español entre otras por Elena Poniatowska. Cisneros se encuadra, si no en toda su obra, en parte de ella, en la mejor literatura mexicana. Un texto suyo, Los ojos de Zapata, se inscribe en una escuela -o un estilo- que viene desde mucho antes pero que alcanza su cumbre con Rulfo. Ella es sólo un ejemplo. La narrativa en español en los Estados Unidos va a ser la gran explosión de este siglo. El mercado es gigantesco, treinta y dos millones de hispano hablantes, o de origen latinoamericano, y un número indefinido de anglosajones interesados en el español.

La explosión demográfica latina alcanzara niveles insospechados. Cada vez mas, y debido a su riqueza, el país va absorbiendo inteligencia y creatividad de las naciones hispanas. De estos inmigrantes saldrá una literatura latina de los Estados Unidos y fundamentara la base de otra propia dentro del país. A veces pienso que el destino de la literatura hispanoamericana, en español, se jugará en los Estados Unidos.

Un alquimista de la noche

Virginianos es la única obra publicada de Claudio Ferrufino. En el prólogo de la obra, su hermana, la también escritora Elena Ferrufino, habla así del cochambambino galardonado en Cuba:

"Comenzó escribiendo poesía. Poesía desnuda, nueva, ardiente. Incursionó también en la prosa. Escribió cuento, ensayo y, sobre todo, como Baudelaire y Lautreamont, descubrió la fuerza de la prosa poética. Viajero apasionado. Sorteó países y destinos. Escribió sus gozos, sus pesares. De ahí Anja Becker de Munster, apuntes para dos soledades, cartas poemas, notas... De ahí también los Virginianos, nacidos del juego entre el sustento y la existencia del poeta en Norteamérica".

Y es que Claudio Ferrufino fue siempre un visionario. Un escrutador de profundidades. Jugaba desde la infancia con guerras, poemas y fantasmas en la soledad de su fantasma inalcanzable.

Devora libros y enciclopedias. Erudito, almacena datos. Conoció de cerca los misterios de los ayeres del mundo. Visitó lugares sombreados por el olvido. Manipuló sables, cimitarras, guillotinas. Hizo rodar cabezas y despertar corazones al calor de sus susurros. Bebió con grandes y pequeños. Fue alquimista de sus noches. Provocó lagrimas. Despertó pasiones.

Publicado el 7 de mayo, 2002, en la revista de Casa de las Américas

Imagen 1: Logo del Premio Casa 2002
Imagen 2: Entrada al Prado de La Paz. circa 1899

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