Monday, October 4, 2010

San Francisco/MIRANDO DE ARRIBA

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Un hotelito en el vértice de la escoria italiana y la china de San Francisco, a escasa media cuadra de City Lights, las huellas de Ferlinghetti y Ginsberg, hace de espacio entre el silencio y la palabra. De una de las ventanas se atisba un edificio emblemático de la ciudad y se huelen los azares de Chinatown, con secretos de horóscopo, verduras frescas exóticas, sapos para comer.

San Francisco se ha convertido en los últimos meses en la ciudad de mi exilio; también en ciudad de teléfonos, como París en 1986. Hay cosas que no cambian, pero las percepciones se agudizan, y lo poco que leemos se digiere en una mezcla creativa de conocimiento y sensación. De ahí que una corta visita establezca series de memorias ricas, imágenes breves pero concretas del entorno, que, en San Francisco, van desde un abundoso desayuno americano de dos huevos, chorizos, hash browns y pan de centeno tostado, hasta los cafés de North Beach e incluso un par de salteñas en un pobre aunque mentado bar-peña boliviano. Van desde la diversidad de lo cantonés, lo mandarín, Hunan, Yuan, y la China toda diversa, hasta turistas franceses y alemanes, mujeres hermosas de vestidos negros ¡con sandalias de playa!, una exhibición de Frida, otra de la dinastía Ming, un concierto de Radiohead y de Tom Petty, con notables introducciones antes del main event: Manu Chao, Café Tacuba, Beck...

Bares. Irlandeses, ingleses, checos. Cerveza Guinness, en chop, con el tiempo preciso que requiere la espuma para asentarse previo a beberla. El mar debajo del Golden Gate; las crías de albatros disputándose los mariscos del muelle; un solitario Mahatma Gandhi, en bronce, que camina parece rumbo al agua, dispuesto a ahogarse ya que el mundo ni lo escucha. Georgia O'Keefe, también en bronce, con atisbos de madera, en un parque donde descansa Ligia en sus instantes de asueto, justo al frente donde sufre -no trabaja- en largas horas de ver rostros más rostros, voces más voces, sin poder sentarse. Rápido camino al deterioro, a la muerte, a quedarse como la pintora O'Keefe (en su estatua) separada de sus manos, con un par de perros que más que mascotas parecen cirios de velorio.

Radio Habana: café del más puro kitsch y bello ambiente sobre la calle Valencia, donde convergen Colombia, El Salvador, Andalucía. En las paredes George Orwell con cámara de espía, Diego (Rivera), Dalí con desnudos en calavera, el gran Zapata, la grande Janis (Joplin), el gobernador de California, Terminator, como un cocoliche colgante. Los amigos: Elmer, de Cochabamba, Rosalie, de Recife, yo, de ningún lado, y Ligia que es los ojos de mi amor, la voz de mi amor, la piel de su amor, los labios y vellos de nosotros.
25/08/08

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Publicado en Opinión (Cochabamba), agosto 2008

Imagen: Radio Habana Café, en el Mission District, San Francisco

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