Monday, October 4, 2010

Un honor en Casa de las Américas, Claudio Ferrufino


El Señor don Rómulo es una novela muy bien escrita, es una saga familiar que cubre un siglo y medio de la historia de Bolivia, tiene humor y es muy fuerte, narra la historia de una familia criolla y sus relaciones con los indígenas en el valle cochabambino. El patriarca, Don Rómulo, es el personaje central, una gran creación”, dice Edmundo Paz Soldán de la novela de Claudio Ferrufino. El cochabambino que tiene reciente la publicación de su último trabajo, La Materia del Deseo, fue parte del jurado que deliberó en bahía de Cienfuegos, en la mitad del lomo del “gran largarto verde” y que proclamó como ganadora absoluta a Plop, del argentino Rafael Pinedo.

-Con 40 años se ha animado a escribir novela, logrando un premio de importancia, con su ópera prima, ¿por qué la tardanza?

- Admiro la estructura de la novela, de cualquier estilo que sea. Por más caótica que parezca, se rige por un formalismo riguroso. Diría que el 90% de mi lectura son novelas. No me animé a escribir una, no me consideraba, ni me considero, completamente apto para lograrla. A través de los años fui postergando su inicio. Cuando tenía 32 años me consolaba que Henry Miller recién se iniciara a los 33. A mis 40, me vi impelido a hacerlo de una vez. Sólo me quedaban dos años para alcanzar a Joseph Conrad. Quería tener esos 24 meses que me separaban de él para perfeccionarme. Como te decía, considero a la novela el punto más elevado de la literatura. Un género muy difícil, de mucho rigor. Sin desmerecer a la poesía o al relato breve, la novela debe conjuncionarlos a todos. El no soltar los hilos, atar los cabos, crear pistas falsas o, incluso, adrede dejar cabos sueltos en una obra extensa requiere una sólida disciplina. Finalizar la historia de don Rómulo ha sido para mí una culminación de años de experimentación y lectura. Siendo la primera novela puede quizá pecar de defectos perdonables, lo que no le impide ser mi creación más querida.

— ¿Quién es don Rómulo?

— Cronológicamente, El señor don Rómulo abarca un período de la historia boliviana entre 1880 y 1950, el auge y próximo fin de una casta parasitaria de señores improductivos que campeaba por tierra y existencia sin mayores preocupaciones. Proveídos de lo más necesario, comida y lecho, vagabundeaban en una fiesta continua ajenos a la miseria y dolor de los demás. Descripción muy general, pero que sirve para situar el contexto social en aquella Bolivia criolla y semi-feudal. Rómulo participa de esta clase social. No trabaja ni lo hará nunca con alguna pequeña excepción. Tiene, pero, sus contradicciones. Ferviente individualista como todos los de su casta -los Ferrufino- jamás hará parte del montón. Limitará su contacto con los señores a sus horas de juego en el Club Social, a sus fantásticas invitaciones. Fuera de ello será único. Anticlerical, ateo, irreverente, priorizará ante todo el hembraje, el sexo, exento en su caso de romanticismo. Rómulo es el personaje principal, el único, fuera del autor, con poder de decisión. En este sentido, el aludido se mezcla con el escritor en un espacio intemporal donde uno es otro y viceversa. Aparte de Rómulo Ferrufino -y de Claudio Ferrufino- transitan a su alrededor muchos personajes de la familia, sobre todo sus hermanos Armando (mi abuelo) y Cecilio. Eventualmente también surgen seres históricos como el presidente Gualberto Villarroel en entornos desconocidos y privados.

En toda novela, la ficción juega un papel primario. Mi conocimiento del tío abuelo era reducido, una conjunción de viñetas diversas: recuerdos de mi padre Joaquín mayormente, chistes, documentos. Tenía, sí, el perfil del personaje. Había que llenarlo de carne y sangre, un Golem nativo y autónomo. Estaba el escritor y su hermano. Padre y tíos. Detalles dispersos de una geografía familiar que tendría que producir un sujeto. Rómulo es la conjunción de todos ellos, los Ferrufino, y ellos son, a su vez, hijos suyos, incluido su hermano Armando, su antítesis perfecta. El entorno premeditado fue de cuecas antiguas bolivianas, Fidel Torricos, Hernán Rivera Unzueta; tangos, Francisco Canaro sobre todo, y otros más viejos -entre 1920 y 1935- El infaltable folclore argentino, zamba, vidala y chacarera. La Argentina, tierra de mi madre, tiene un peso fundamental también en mi libro, así como lo tiene en la historia boliviana.

— ¿Se encuadra tu novela El señor Don Rómulo dentro de un género cultivado por las letras latinomericanas como el de las sagas familiares con grandes patriarcas de protagonistas?

— Si bien El señor don Rómulo es una saga familiar no creo que siga una línea como la de Cien años de soledad, por ejemplo. Considero que sus antecedentes son más bien Cervantes, Marcel Proust. Alan Fournier también en menos medida. De Proust tiene el gusto o la invisibilidad de la nostalgia. Estilísticamente es distinto pero hay una fuerte ligazón espiritual. De Cervantes, un juego narrativo y la herencia de una obra sin par como Don Quijote. El patriarca es propio de nuestras naciones y su similaridades o diferencias son de tipo local. Eso me hermana con Roa Bastos, con Gabo, con Carpentier... Mi novela tiene una deuda con el cine. Mi afición cinematográfica va más allá del vicio. Algunas escenas de Rómulo son más bien pensadas para un camarógrafo que para un autor. No es un guión de cine, se hermana con él. Y la música popular. Bolivia y Argentina en primera instancia, Brasil y Colombia después, han modelado mi obra con su dinámica. La cueca Padillita, en piano y batería, puede explicar párrafos de don Rómulo con más sobriedad que cualquier crítica. Lo siento así.

— ¿Por qué crees que nos falta un ícono literario en el país a nivel internacional como puede ser Gabo para las letras colombianas, Roa Bastos para Paraguay, un Neruda?

— El hecho de no tener en Bolivia iconos literarios se debe más al carácter nacional que a una deficiencia literaria. Ya según Bolívar, los pueblos del Alto Perú eran ingobernables. El mariscal Sucre lo supo muy pronto. No existe en la historia boliviana un caudillo que durara casi eternamente; no hay Juan Manuel de Rosas, ni el doctor Francia, ni los Solano López, ni Gómez. Belzu y Melgarejo son efímeros. La dinámica boliviana difiere en eso con las otras de alrededor. Víctor Paz Estenssoro es muchas veces presidente, pero nunca es el mismo. De serlo, sería rechazado. Lo mismo pasa en literatura. Hay autores, queridos muchos, y pasan. Bolivia es un país de renovabilidad fantástica. Aunque se dice que nada cambia, todo se mueve vertiginosamente. Y en cierta medida es profiláctico. El pueblo boliviano es un pueblo en lucha constante, un superviviente. Cuando no existan más los Estados Unidos, Bolivia, con todas sus taras y mañas, permanecerá invulnerable. Es ese movimiento, que debiera ser estudiado por sociólogos e historiadores, lo que impide la creación del mito magnificado. El mito pervive en la sociedad boliviana en pequeñas dosis. Todo se mitifica, el fútbol, las verduras, las carreteras, etc. pero no en la magnitud con que lo hace en sociedades vecinas. No creo que sea correcto esperar, y dolerse porque no hay una divinidad literaria. No es posible y no implica desventaja respecto de nadie.

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Publicado en La Prensa (La Paz), febrero 2002
Publicado en El Deber (Santa Cruz de la Sierra), 23/02/2002

Imagen: El autor en Boulder, montañas de Colorado 

3 comments:

  1. lo que está claro es que los Ferrufinos gozan de una dotación amable y una carga excelente de testosterona...

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    1. Lo tomo como cumplido, querido Fernando, aunque de esta historia singular pueden extraerse otras menos amables para empezar. Abrazos.

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