Tuesday, October 12, 2010

Noche de invierno/MIRANDO DE ARRIBA


Tendría diez años cuando en un cine cochabambino vi "Canción de Navidad", de Dickens. Nunca se me borró la impresión de aquella miseria, de los fantasmas del tiempo ido, del presente y del futuro, y de cómo las acciones podían alterar hoy y mañana remediando los errores pasados.
Poco podía yo saber que treinta años después me enfrentaría a esas borrascas heladas, que tan bien utilizaba el autor inglés para dramatizar el efecto de sus conmovedoras imágenes.
Dudo que por mi ventana asome fantasma alguno. Hay olor a madera quemada, el dulce aroma de las chimeneas que hablan de hogar, de presencia humana en un ambiente inhóspito, más dado para animales salvajes que para gente. Igual que en la Francia sola de mis veinte años, cuando en los edificios de apartamentos, llenos de marroquíes e iranios, el olor a comida se
filtraba por debajo de las puertas y abofeteaba con constancia mi absoluta orfandad.
Sobre mi cama un phullu multicolor, de variados tonos naranjas y rojos, tejido en las lejanías de Palca, Ayopaya. Una frazada
andina que contrasta con el blanco exterior por donde camina nadie. En el televisor cierta película de los aborígenes australianos, en las marismas habitadas por cocodrilos y donde la vida que en apariencia es sencilla para nuestros cánones occidentales es complicada de más. Pero allí hay animación, gentío de animales extraños, hato de fervientes salvajes alimentados con miel y con casas de corteza de árbol. Aquí se ha plasmado la estática. La comodidad de los aparatos electrónicos, la calefacción que nunca muere, agua caliente, una tina tibia y perfumada de esencia de frambuesa no reviven esa aparente muerte exterior.
El frío da espacio a la introspección. Tal vez por ello existen Swedenborg y Kierkegaard, y Borges, discípulo, que llevaba el
invierno europeo en el alma, que tenía sus ciegos ojos cargados con las aguas del Ródano en Ginebra. En invierno uno vive para adentro, aunque ese pasaje por los rincones oscuros de sí cueste y tenga más riesgo que un viaje al centro de la tierra.
El único sonido es el tecleo de mi computador, ruido que pronto perece porque ya, desde las cinco de la tarde, hay un par de horas de oscuridad. Silencio en la noche, ya todo está en calma, canta Gardel, pero en las noches de invierno, en el norte, salen los cazadores: zorros que persiguen mofetas, coyotes a conejos; familias de mapaches en línea en busca de basureros. Dicen que bajan osos negros de la montaña aunque nunca vi. Venados, o ciervos, sí , de pronto, con inmensos ojos y brillantes, tiesos ante la luz del automóvil. Y el escriba... cazando ensueños.
14/12/08

Publicado en Opinión (Cochabamba), diciembre 2008

Imagen: Fotografía de André Kertész/Washington Square, Winter, 1966

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